Introducción. Dos curas desparraman agua bendita sobre el cuerpo de Hannah (Kirby Johnson) cuyo inquilino demoníaco se niega abandonar. También está el padre, quien al intuir un posible fracaso interviene nomás. Se mete en el medio. Para que las cosas salgan bien mejor hacerlas uno y sanseacabó. Pero el tipo no anda con vueltas, caza una almohada y (mil perdones por la referencia) al mejor estilo “Jefe” en “Atrapado sin salida” (Milos Forman, 1975) mata a ambos. De todos modos no habrá “chau pinela” porque un plano detalle de la mano de los occisos indica que al menos uno de los dos no se murió.
Ahora sí, títulos mediantes, la acción se mueve a tres meses después (tiempo nunca justificado en el guión por cierto). La historia es la de Megan (Shay Mitchell), una ex policía con problemas de adicción, producto de un trauma profesional reciente que al salir de rehabilitación decide largar todo y empezar un trabajo en la morgue de un hospital. Prepárese el espectador para ver, por primera vez en la historia del cine, un edificio que invita más a pensarlo como una cárcel o el estacionamiento de un shopping que el de un nosocomio. No hay luz, ni paredes blancas, ni nada. Una manipulación visual cuya credibilidad depende exclusivamente del recorrido inicial que el director del área realiza con la protagonista cuya impronta está lejos de la realidad a la cual pretende hacer referencia.
No es sólo responsabilidad de un mal casting (la actriz nunca logra sostener el personaje), sino de un maquillaje como mínimo contradictorio respecto de la situación actual que pretende contarse del personaje, en contraste con una base facial pulcra y casi libre de arrugas, o al menos signos de estragos emocionales. Cuestión que llega el famoso cadáver, famoso porque es la nena que vimos perecer minutos atrás.
A partir de este momento una tarea interesante a realizar por el aburrido espectador será contar cuantas veces se abre y se cierra la cámara frigorífica en la cual se aloja satán, o la suma de visiones que la heroína (sin eufemismos) tiene a partir de su llegada.
Al no poder cumplir con las reglas mínimas del género, “Cadáver” se apoya en las adicciones como eje dramático primordial, pero también esto es tirado por la borda cuando por virtud de la imagen se transforma en un panfleto aleccionador sobre los excesos. Donde debería haber una introspección hacia los infiernos, provocados por el dolor y extrapolados por la presencia demoníaca, hay un sinfín de torpezas narrativas por parte del director Diederik Van Rooijen que atentan contra toda verosimilitud. Adicionalmente el guión olvida por completo la construcción del personaje central, atentando contra la empatía del espectador por el mismo. Hay un ex que no hace fuerza como subtrama, y un supuesto vagabundo que desde su aparición sabemos quién es por lo cual tampoco ofrece un giro argumental.
Notable poder de contorsión de la actriz que personifica a Hannah. Notable además porque lo hace atada de pies y manos a un catre o en los pasillos y paredes del hospital. Es todo lo rescatable. Suena a poco ¿no? Y sí, es poco.