Indignarse por las traducciones que las películas extranjeras reciben al ser estrenadas en nuestro país es una suerte de hábito, en la mayoría de los casos entendible –aunque no por ello menos fútil–, de la crítica y cinefilia local. Dicho esto, existen ocasiones excepcionales (intentar recordarlas puede resultar un entretenido, aunque breve, ejercicio mental) en las que el título traducido no sólo prueba ser “mejor” que el original, sino que además, en su desfase, nos ofrece una perspectiva atípica desde la cual estudiar al objeto en cuestión. The Possession of Hannah Grace, la primera película protagonizada por Shay Mitchell (de la serie Pretty Little Liars), es una de ellas.
En efecto, su título original la emparenta con todo un subgénero de películas de exorcismos y posesiones al cual, por fuera de su potente secuencia inicial, no pertenece. Asimismo, aquel refiere meramente al trágico incidente que dispara la trama del film: la joven Hannah Grace es asesinada durante un exorcismo y su cadáver es enviado al Hospital Metropolitano de Boston, donde la desafortunada Megan Reed acaba de empezar a trabajar. A priori, convengamos que el cargo de asistente nocturno de una morgue está lejos de ser atractivo, pero la ex-policía encarnada por Mitchell está convencida de que será un eficaz paliativo para su nueva vida libre de medicamentos y alcohol; adicciones que el film, muy torpemente, nos da a entender que surgieron tras un error fatal cometido como oficial de la Ley.
Sin embargo, será precisamente este nuevo empleo el que la tentará a sucumbir nuevamente ante sus adicciones, a cuestionarse su filosofía de vida derrotista (“cuando te mueres, te mueres”) y, sobre todo, a poner en duda su cordura. De hecho, su propio jefe le anticipa que, dada la naturaleza del puesto y el inquietante lugar de trabajo, no tardará en imaginar cosas. Una advertencia profética que, sumada a la inestable salud mental de Megan, provee el escenario ideal para el juego de ambigüedades que propone el film, en el que hasta el sonido más anodino puede volverse una mortal amenaza y donde los límites entre realidad e imaginación, a los ojos de la protagonista, se tornan difusos. Es en esta instancia cuando la película alcanza su punto de mayor interés dramático: mediante la conjunción de la presencia sobrenatural (el cadáver de la joven deviene zombie poseido) y la adicción de Megan (el impulso por ingerir psicofármacos) se produce un solapamiento de líneas narrativas que, si bien demora la epifanía (la amenaza es real), entretiene con algunos logrados momentos de suspenso –la mayoría de ellos silenciosos y construidos a partir de lo que ocurre en el fondo del plano o su fuera de campo–, pero también con numerosos, sumamente innecesarios y mal orquestados jump scares.
Por otro lado, y a diferencia de un film contemporáneo y con varios puntos en común como The Autopsy of Jane Doe (2016), Cadáver denota una cierta incapacidad para retratar los “poderes” de su occiso maldito sin acudir a un sinnúmero de personajes secundarios desechables, cuya única función en la historia parece ser la de oficiar de víctimas de turno. Contrariamente, La morgue (aquí la traducción local claramente no estuvo a la altura del título original), una película mucho más contenida y económica, prescinde de ellos y evita así que las pocas muertes del relato se vuelvan previsibles o carezcan de peso dramático como las del film de Diederik Van Rooijen. Lamentablemente, y a fin de cuentas, este tipo de falencias del guión, así como también ciertos descuidos narrativos –como el insatisfactorio intento de justificación de por qué Hannah no asesina a Megan inmediatamente, su clímax de rápida resolución y escasa emoción, y un fallido final que apela a una voz en off ¡nunca antes usada!–, son los que hacen al debut del director holandés en Hollywood uno no muy auspicioso.
Para concluir, y retomando lo dicho al inicio sobre el contraste entre los dos títulos del film, notarán que el hispano resulta, sin dudas, mucho más pertinente: tanto como síntesis de la trama, llevada adelante por el accionar del cadáver, como caracterización del producto final; es decir, una película que desde su comienzo, y al igual que Hannah, capta nuestra atención con sus inesperados movimientos pero que, en el fondo, carece de vida.