De exorcismo y adicciones.
Cadáver es una película, se podría decir, de doble lectura. ¿En qué sentido? utiliza el horror como excusa para ahondar en los demonios personales que le toca atravesar a una mujer que está superando su adicción a las drogas. Todo comienza con el exorcismo de una joven, de esos donde la poseída tiene una fuerza inconmensurable, pero que en un momento de debilidad del diablo, el padre de la chica (que está presente en el rito), la asfixia para así poder liberarla del calvario.
Fundido a negro, pasan tres meses y nos encontramos con una mujer haciendo footing. Es Megan Reed (Shay Mitchell), una ex agente de la policía que se encuentra en plena recuperación de su adicción. Por lo que su tutora, le consigue un trabajo nocturno en la morgue de un hospital, donde deber recibir cadáveres. Solitaria, indomable… Megan se siente culpable por la muerte de su compañero, y a la vez perdió a su novio. En medio de estas luchas internas, recibe el cuerpo de la joven exorcizada.
De más está decir que a partir de allí comenzarán a ocurrir cosas extrañas en el subsuelo del hospital. Ella comenzará a experimentar visiones, y escuchar ruidos de todo tipo. La historia se toma su tiempo para entrar en modo horror. La primera parte se centra en el personaje de Megan, el realizador lo explora, inclusive da cuenta de cómo lucha con su demonio personal: la adicción a las pastillas. El dolor aún está en carne viva, y el duelo en pleno proceso.
Cuando el cadáver de la joven poseída ingrese en la morgue, la historia comenzará a virar de drama a horror. El diablo se manifestará en sus formas más terribles, alimentándose de la sangre de inocentes para restituirse físicamente. Es así que Megan se pondrá a luchar cuerpo a cuerpo con el demonio… y con sus demonios. Quizá lo fantástico es una excusa.
Shay Mitchell actúa bien y hace algo verosímil la cuota de terror que es bastante endeble y tan poco sugerente que le cuesta alcanzar clima: de posesiones remanidas y clichés. Lo más interesante es la evolución del personaje femenino, su resiliencia; pero lamentablemente, en este cruce de géneros, la ejecución de la idea falla y las buenas intenciones no alcanzan.