El director Corneliu Porumboiu, responsable de las justificadamente muy buenas “Policía adjetivo” (2009) y “Bucarest 12:08” (2006), va de lleno sobre una historia que parece querer centrarse en querer cruzar las líneas entre una realidad y una ficción, cimentando un texto que verse sobre el cine dentro del cine.
Casi como el acto mismo de creación del arte cinematográfico en exposición pura, pero termina, ante la ausencia de definición, por desarrollar un hibrido que no es ni una cosa ni la otra.
Sumándole disquisiciones “cuasi” filosóficas entre los protagonistas, sobre la muerte del cine en celuloide a manos del cine digital. Situación que a priori parecería favorecer el acceso a una forma expresiva de consumo generalizado, pero que simultáneamente y por ese devenir suprime las exigencias de un trabajo que demanda un saber.
Así de pretenciosa es esta producción, construyendo un filme trabajado a partir de pocos, y muy largos, temporalmente planos secuencias, en que el loop cinematográfico parece ser la estrella, más por reincidencia arbitraria que por diseño o estructura del guión.
Desde el preciso momento que lo ponemos en juego podemos dar cuenta que esa pretensión desde el endeble guión se hizo carne de los personajes, hasta la excusa que debería abrir el conflicto, pero que nunca queda instalado como tal, lo mismo sucede con las posteriores disquisiciones sobre temas banales
Todo el guión se cierra en si mismo con diálogos vacuos, que no generan la mínima progresión dramática tratando de estipular una “nueva manera de hacer cine”, pero que en realidad tiene más de cincuenta años, hasta la posicion de cámara, el manejo de la luz, la dirección de actores, el diseño de sonido. Todo parece desear presentarse como evolucionando el arte y sólo repite de mala manera las búsquedas estéticas y narrativas de grandes directores.
La historia se centra en el personaje que interpreta Bogdan Dumitrache, a quien viéramos en el papel de Barbu en la maravillosa “La mirada del hijo” (2013), personificando a Paul, un director de cine en los últimos días de filmación de su ultimo largometraje y que sólo parecería ser que su intención es estirar, casi perpetuar, su relación afectiva con Alina (Diana Avramut) una actriz secundaria de esa producción, por lo que esa mañana le informa que ha modificado la escena y ahora se propone rodarla incluyendo un desnudo completo de ella ¿? De todo nos enteramos por el largo dialogo que sostienen dentro del auto, con una cámara que los toma de espaldas, (novedoso por donde se lo mire).
A partir de allí nos tendremos que armar de paciencia para ser testigos de los ensayos de la escena, en este punto hay que destacar las actuaciones de ambos, pues resultan realmente convincentes. Lástima que en forma paralela presenta otras excusas, múltiples pretextos, siempre dialogados, para estirar los días del rodaje, peleas en el hotel que ocupa la producción, una incipiente ulcera del director, etc.
Para el postre, si el arte del simulacro, de la simulación, de la incompletud, de la puesta en juego de la imaginación del espectador, se esta muriendo realmente, y este es un claro ejemplo de cómo aburrir al público, nos enfrentan de manera explicita, por lo tanto de mal gusto, a una exploración endoscópica del aparto digestivo del director.
Lo que intenta ser provocador termina por desbarrancarse en nauseas.
Hay una comedia francesa maravillosa que trabaja el acto creativo del cine y el cine dentro del cine, “Al ataque, al ataque” (2001), de Robert Guediguian, se consigue fácilmente casi sin moverse de su casa, delivery mediante, u otras opciones. Con este frío, ¿para qué salir de su casa?