Decir mucho con poco
“Menos es más” citaba el arquitecto alemán Mies van der Rohe para asentar las bases del minimalismo. Esta premisa parece rescatarse con Cae la noche en Bucarest, la despojada película del rumano Corneliu Poromboiu a cargo de, entre otras, 12:08 al Este de Bucarest (2006) y Policía, adjetivo (2009).
En poco menos de 20 planos secuencia (siguiendo el mandamiento guionístico del filme de que cada uno “no puede durar más de 11 minutos”), el realizador expuso el nervio del rodaje como si fuese un autotributo. Su alter ego es Paul (Bogdan Dumitrache), un neurótico y obsesivo cineasta, insatisfecho por las tomas realizadas para las últimas dos semanas de filmación de su película.
En ella trabaja Alina (Diana Avramut), una actriz secundaria y contracara de Paul, por su metódico proceder. Gracias a los caprichos (y el deseo) de su director, Alina tendrá más pantalla de lo pautado en el libreto, una forma solapada de prolongar el vínculo.
Paul vive solo en una casa que parece aséptica, blanca, fantasmagórica, donde su salud se mina con varios cigarrillos diarios, alcohol y una brusca alimentación (la película hace mucho foco en el aspecto culinario) y -vaya paradoja- una hipocondría enfermante: piensa que tiene una úlcera estomacal pero sólo es una gastritis.
Cae la noche en Bucarest es visceral, se mete como una endoscopia en la vida de sus protagonistas donde la puntillosa, y ácida, narración es el martillo y, el silencio, (casi no hay música en el filme), el yunque. Allí se forjará el acero estructural de un filme que necesita poco para decir mucho, sólo iluminados ambientes de una vivienda, bares, hoteles o el interior de un vehículo que desgranan el devenir de sus protagonistas.
La crítica del fin del “fílmico” y el auge del digital como soporte cinematográfico, una ácida mirada al cine de Antonioni o la constante soberbia de Paul frente a su musa, construyen a un ser entre onanista e histérico. Las eternas dudas del realizador o su insistencia con el desnudo llevan a Cae la noche en Bucarest hacia el sendero de una película lenta, de difícil digestión , como si la ficción y la realidad se devoraran la una con la otra.