Cuando menos es más
Cae la noche en Bucarest es un intento de asimilar y descomponer los estímulos que esta película nos presenta para poder reflexionar sobre el cine. El argumento es simple, Paul, un director de cine que está filmando una película, genera un vínculo personal con una actriz secundaria, Alina. Por un supuesto dolor estomacal del director el rodaje de la película se atrasa y ambos (ensayos y excusas de por medio) pasan juntos más tiempo de lo previsto. En la primera escena vemos a Paul y Alina conversando en un auto y nosotros (como si estuviéramos sentados en el asiento trasero) escuchamos sus reflexiones. Así surge la eterna discusión sobre la supervivencia o no del cine y sobre la esencia de éste. El soporte fílmico versus soporte digital. Según Paul, en unos cincuenta años el cine como tal desaparecerá, si bien la gente seguirá mirando, pero ya no se verá más cine, sino otra cosa. Así comienza la película, con los tapones de punta.
Con una explícita referencia al cine de Michelangelo Antonioni, Paul nos habla de alguna manera de sus referentes (¿serán también los de Corneliu Poromboiu?) y en contrapunto a esto, observamos el desconocimiento por parte de Alina, no sólo del cine de Antonioni sigo también de su actriz fetiche, Mónica Vitti. ¿Es posible transitar el cine sin haber recorrido su pasado? Quién sabe, en todo caso, Poromboiu nos propone estos interrogantes.
Una cámara fija, planos largos, una puesta en escena austera, ausencia de música y unos pocos personajes en escena son los elementos que predominan en el relato. Sorprende como este director, con pocos recursos, un guion impecable y agudos diálogos bajo la apariencia de simples observaciones, sabe hacer una película con resultados impecables. Lo mismo sucedía con sus películas anteriores, la tierna 12:08, al este de Bucarest (2006) y Policía, Adjetivo (2009).
Una puerta entreabierta no nos permite ver, sólo imaginarnos lo que sucede a través de sonidos; vemos a los personajes hablar desde el asiento de atrás de un auto sin lograr ver sus gestos, sólo algunos de sus movimientos corporales de manera parcial; un personaje de espaldas tapando parte de una escena; así es donde y cómo elige poner la cámara Poromboiu y así es como se divierte dejándonos afuera, haciéndonos sentir que es imposible captar la realidad en su totalidad, porque siempre hay algo que se escapa, que queda velado y sólo podemos incorporar meros fragmentos. “Lo importante va en el centro y los menos importante en la periferia”, afirma el médico mientras observa la endoscopía que supuestamente se realizó Paul por sus dolores de estómago, pero claro, también nos está hablando del cine. Y esta premisa no siempre se cumple. Paul le confiesa a Alina que ella trascendió la periferia, para dejar de ser un personaje secundario y convertirse en uno principal, trastocando así los hilos del guion original. Es así como la ficción y la realidad de Paul se confunde.
Cae la noche en Bucarest es una profunda reflexión sobre el cine, desde analogías tan simples como el arte culinario y su relación con los instrumentos que se utilizar para comer, hasta la particular idiosincrasia de cada cultura. ¿Dónde está puesto el énfasis? ¿En el contenido o en los medios? En esta película los medios son moderados, pero el contenido desborda sagacidad. El cine dentro del cine, una representación dentro de otra representación y la primera interactuando con la anterior, tanto que parece que una termina siendo una premonición o un acertijo del destino. La ficción que además se entrelaza con la mentira, que podría también ser otra forma de artificio. Cae la noche en Bucarest sorprende, desconcierta, incomoda y por sobre todas las cosas pone a prueba nuestra capacidad y nuestra inteligencia como espectadores.