Las películas que presentan realidades hostiles y tienen a niños como protagonistas del horror siempre tienen gran impacto en el espectador. Basta recordar la brutalidad de Pixote, de Héctor Babenco, o Salaam Bombay, de Mira Nair.
Ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes y candidata para la próxima entrega de los Premios Oscar en la categoría de “mejor película extranjera”, Cafarnaúm: la ciudad olvidada retrata la tremenda infancia que debe atravesar Zain, un niño de doce años (quizás 13) en medio de la pobreza de Beirut.
La cámara de la libanesa Nadine Labaki (Caramel) sigue el periplo y los obstáculos que se van presentando en su camino con una mirada entre salvaje y conmovedora. Zain es un niño que vive la vida de un adulto por las imposiciones de un presente familiar pobre y una realidad que no ofrece oportunidades.
Desde el comienzo ambientado en un tribunal, Zain (Zain Al Rafeea, un actor no profesional sobre quien descansa todo el peso dramático) demanda a sus padres por haberlo traído al mundo. Este es sólo el inicio estremecedor, porque luego sabremos por qué se escapa de su casa, dominada por la violencia y se ocupa de la crianza de un bebé, el hijo de una inmigrante ilegal de Etiopía que sobrevive y se esconde de la amenaza constante. Zain contempla la ciudad desde la altura en la vuelta al mundo de un parque de diversiones,pero sus sueños y deseos se derrumban.
La directora (quien también se reserva el pequeño papel de la abogada defensora de Zain) espía una realidad dura y estremecedora a través de tomas cenitales, pero se aproxima al pasado del niño y de su familia a través de flashbacks que van contando la historia completa.
La inmigración ilegal, la venta de drogas, la exclusión social y un sistema carcelario con hacinamiento de reclusos conforman esta película con algunos minutos de más. El desenlace complaciente no opaca el buen resultado de un relato para ver y vivir con el corazón en la mano.