Quizás muchos no tengan presente el nombre de la actriz, directora de cine y guionista libanesa Nadine Labaki, realizadora de películas como la recomendable Caramel, ¿Y ahora adónde vamos?, (en ambas además es protagonista) y la recientemente estrenada Cafarnaúm: La ciudad olvidada, ganadora del Premio de Jurado en el Festival de Cannes pasado, y nominada a mejor película extranjera en los pasados Premios Cesar, Oscar, Bafta y Globos de Oro. Sin dudas, el de Labaki es un nombre a tener muy en cuenta, más después del estreno de este filme.
Este nuevo largometraje de la cineasta libanesa trata sobre Zain (Zain Al Rafeea), un niño de unos aproximados doce años de edad que cumple una condena por un crimen, y decide demandar a sus padres por haberle dado la vida. Tras esta introducción (en donde Labaki hace de abogada del pequeño), mediante un flashback empieza a narrar la serie de acontecimientos por los cuales Zain llega a esa instancia. Él es uno de los tantos hijos de una familia que vive en un lugar muy pequeño, en donde no hay espacio suficiente y la escasez de comida es preocupante. La situación lleva a que Zain deba trabajar para poder sostener parte de esa estructura, que naturalmente ambos padres no pueden mantener por si solos. Zain, pese a ser un niño 12 años, tiene una mentalidad mucho más madura que la de cualquier chico de su edad; la vida que le tocó es lo que lo lleva a ser así. Es por eso que una gran parte de la responsabilidad del cuidado de sus hermanos caen en sus brazos, sintiendo un especial cuidado por su hermana Sahar (Haita Cedra Izam), que es tan solo un año más chica que él. Será una determinación de sus padres para con su hermana Sahar, lo que llevará a enojarse al pequeño, y al abandono posterior de su familia, que conllevará a conocer más tarde a Rahil (Yordanos Shiferaw), una mujer de Etiopía que va al trabajo con su hijo pequeño a escondidas, y que tiene problemas para conseguir los papeles para el mencionado. Alejado de su familia original, Zain estableceré un vínculo muy importante tanto con ella, como con su hijo.
Acusada por algunos de recurrir a la manipulación sentimental, y de utilizar una fórmula desgastada para lograr el afloramiento de lágrimas, poco podemos cuestionarle a Nadine Labaki, si no pasamos por alto que las temáticas que aborda a lo largo de las dos horas de Cafarnaúm forman parte del mundo en el cual vivimos, que muchas reflejan tradiciones que se sostienen en el tiempo, y que cuesta derribar; acusar de tales cosas por ende, no es más que darle la espalda a una triste realidad. La mirada de Labaki es sensible, sincera y necesaria, y eso es lo que vale. El enfoque principal denuncia temas que siempre están presentes, como los diferentes tipos de maltrato infantil, el abuso de menores, la comercialización de los mismos, la superpoblación, y el trato hacía los inmigrantes ilegales. Si bien prima el contenido social por sobre lo artístico, a diferencia por ejemplo de Roma de Alfonso Cuarón, los encuadras, planos y fotografía en general están trabajados a la perfección, induciendo al espectador en la cruda historia. Pese a su fuerte tinte dramático, la realizadora libanesa en Cafarnaúm por momentos da ciertas pinceladas de humor, como para aflojar un poco en una historia que es desgarradora. Sumamente necesaria.