En 2007 sorprendió con “Caramel” y luego “Y ahora donde vamos?”, su segundo filme tuvo, trascendencia internacional y ganó la mención especial del Jurado en Cannes 2011 además de acariciar la estatuilla dorada con una nominación al Oscar como película extranjera y se alzó con los ansiados premios del público en San Sebastián y Toronto.
La talentosa Nadie Labaki, actriz, guionista y directora, se embarca ahora en la sorprendente “CAFARNAUM: la ciudad olvidada” con la que nuevamente compite por el Oscar a la mejor película extranjera (y este año la competencia es feroz con “Roma” “Cold War” y “Somos una familia - Shoplifters” como fuertes rivales) y ha revolucionado Cannes alzándose nuevamente con el premio del Jurado.
La película abre con un médico revisando a un niño (el protagonista magnético y absoluto del film, Zain Al Rafeea) tratando de precisar su edad, que será de aproximadamente 12 años porque en medio de la miseria social y emocional que muestra Labaki, muchos de esos niños no tienen ni siquiera una partida de nacimiento.
Diversas mujeres son llamadas por una voz fuera de campo. Entre ellas está Rahil, una etíope que sufre los típicos problemas de la inmigración. Solo vemos sus rostros, ya nos captan con sus miradas y Labaki, de a poco, los volverá a reunir en esta historia.
Sólo basta señalar, dado que el guión es exquisito, complejo, entrecruzado y es enteramente disfrutable como para ir sin demasiados datos previos, que lo que sabemos desde las primeras escenas es que Zain ha cometido un crimen, se encuentra en la cárcel y desde allí enjuiciará a sus padres por haberlo traído al mundo: un mundo de completo sufrimiento, desamparo, miseria y abandono.
A partir de allí, Labaki irá rebobinando la historia, sumergiéndonos en esa Beirut empobrecida en donde en condiciones más que precarias Zain comparte un espacio mínimo con sus padres y sus cinco hermanos.
No hay escolarización, viven hacinados, trabajan en la calle y viven a la deriva, mientras el padre duerme en un sillón y fuma sin parar pero por sobre todo, sufren la invisibilidad de una ciudad superpoblada de problemas similares, de historias idénticas a las de ellos donde nadie los mira.
Zain es un niño-hombre, brutalmente endurecido por la calle, que creció de golpe y cuida a sus hermanos con un halo paternal sumamente amoroso.
En particular protege a su hermana Sahar –de 11 años- porque sabe que apenas sus padres se den cuenta que ya tuvo su primera menstruación, están dispuestos a comerciarla y arreglar casamiento para tener un ingreso de dinero extra. Por diversos avatares de la trama, la historia de Zain se entrecruzará más adelante con la de Rahil, ese rostro particularmente inolvidable que hemos visto en las primeras imágenes.
Rahil lucha por criar a su hijo y junta cada peso que recibe para poder pagarle al inescrupuloso falsificador de documentos que justamente espera que jamás llegue a la cifra para poder sacarle a su bebé como parte de pago. Sólo resta decir que entre tanto dolor, tanta desolación, tanta deshumanización el trabajo de Labaki de encontrar poesía en los escombros, es admirable.
Desde la primera escena nos toma del cuello, se nos hace un nudo en la garganta y en las dos horas que dura el filme, la película no nos da respiro. Nos atrapa, nos angustia, nos sacude e incluso nos hace replantear las mismas ideas que fuimos formando en la primera parte.
Durante el juicio también escucharemos muy brevemente (sin apelar al típico discurso hollywoodense de defensa, sin embanderamientos ni nada similar) las voces de sus padres: dos seres atrapados en el dolor ancestral que vienen padeciendo de generación en generación y esa frustración, desazón que parece estar transmitida en su propio ADN, de verse a sí mismos representados como un despojo social.
Labaki inteligentemente no plantea casi en ningún momento dentro del entorno familiar ni víctimas y victimarios: por el contrario, todos son presos de una situación opresiva, angustiante, dolorosa, manipulados por circunstancias extremas en donde el desgarro emocional está a flor de piel. Sin embargo, hay poesía. Hay humor. Hay momentos deliciosos aún en esa angustia que no cede.
Es prácticamente imposible no compararla con la que fue su competencia directa en la temporada de premios: “Roma” de Alfonso Cuarón y su crítica social de cartulina, impostada, con una fotografía preciosista y calculada el extremo, esa perfección donde el alma queda ausente y recortada.
“CAFARNAUM: la ciudad olvidada” se narra absolutamente en las antípodas: es puro sentimiento, genuina, frontal, descarnada. Además de contar con un guión sólido, una historia conmovedora, personajes bien delineados y con una feroz crítica social bajo el ojo impiadoso de la cámara que solo muestra la realidad sin filtros, el trabajo de Labaki con Zain y el bebé es para aplaudir de pie.
Seguramente ha observado durante horas a estos dos protagonistas para poder, en la sala de edición –otro trabajo brillante-, tomar esos segundos donde sus miradas y sus gestos, construyen las postales de ese vínculo, casi con un registro documental y respirando una honestidad y una simpleza absolutamente infrecuente. Hay quienes han visto pornografía de la miseria y manipulación en el relato.
Evidentemente “olvidan” por un momento que Labaki es mujer, libanesa, y contra todos los prejuicios se impone a cualquier estereotipo y muestra lo que es parte de su propio territorio y de su historia.
Escapa francamente de todo oportunismo, y para que no nos quede ninguna duda, cuando ya nos ha brindado una de las mejores películas del año, en la imagen final nos regala una postal, un aire fresco que difícilmente olvidaremos por mucho, mucho tiempo.