La directora libanesa Nadine Labaki ("¿Y ahora a dónde vamos?"; "Caramel") realiza una fuerte crítica social y de denuncia mostrando la dura infancia de los niños libaneses. Resulta muy interesante su desarrollo porque hace una comprometida lectura de estos seres, que continúan con sus costumbres que existen hace muchos siglos.
Comienza con la imagen de Zain esposado y caminando dentro de un tribunal, a través del flashback conocemos a su familia (que podría ser cualquier otra) cuyo protagonista es este niño Zain (joven actor sirio Zain Al Rafeea, en una lección magistral de actuación pese a su corta edad), sumergidos en la pobreza extrema, prácticamente vive en la calle, trabaja allí, roba, no va a la escuela, está obligado a buscar unos comprimidos en una farmacia para llevarlos a su casa molerlos, ponerlos en agua y que estos sean absorbidos por unas prendas que luego entregan en la cárcel, cuidar a su hermana que no la descubran porque cuando tenga su primer ciclo menstrual será entregada a un hombre mayor y los niños que subsisten como puede.
Este es un film potente, desgarrador, fuerte, intenso, conmovedor, que no escapa de la realidad, con niños removiendo la basura, bebés llorando por hambre, violencia, las drogas, la falta de escolarización, la explotación infantil, la inmigración ilegal, la infelicidad y el abuso, entre otras situaciones.
Esta historia se encuentra basada en hechos reales y posee momentos muy crueles, con niños que sufren, seres marginados, situaciones que disgusta y llegan al corazón. Se desata la polémica cuando el protagonista demanda a sus padres porque él no pidió nacer, al igual que sus hermanos. Pero a pesar de todo deja un halo de esperanza. Esta película fue ganando algunos premios y aplausos de los espectadores, debería ganar el Oscar a la Mejor película Extranjera.