La nueva película de Woody Allen es dulce y melancólica
Nuestro comentario de Café Society, una fábula de amor que conmueve. Protagonizada por Jesse Eisenberg y Kristen Stewart.
Ya hace mucho tiempo que Woody Allen ha demostrado su enorme ductilidad para cambiar de tono. Por eso los pases de magia que realiza en su cuadragésima séptima película para hacer desaparecer de una mano la comedia y hacer aparecer en la otra la melancolía no deberían sorprender a nadie. Sin embargo, sorprenden, fascinan y generan algo así como la necesidad íntima de aplaudirlo o de ovacionarlo.
Cafe Society es una fábula de amor que conmueve pese a sí misma. Con esa atmósfera de despreocupada ansiedad que consigue no bien suenan los primeros acordes de una banda de jazz, Allen cuenta las isdas y vueltas de la relación sentimental entre Bobby, un joven judío neoyorquino, y Vonnie, una bella secretaria de una agencia de cine, quienes se conocen en Los Ángeles a fines de la década de 1930.
La pareja protagónica ya ha superado la prueba de dos películas anteriores, la enorme Adventurland y la menos memorable American Ultra, y sin dudas hay entre ellos eso que es mágico pero que se denomina con un término científico: química. Jesse Eisenberg y Kristen Stewart, cada cual una leyenda a su modo, encarnan en Cafe Society lo opuesto a estrellas de Hollywood: seres comunes con sueños comunes. Sin embargo, el hecho de que tengan los pies sobre la tierra no les impide vivir un romance de dimensiones siderales.
Después de esta película, nadie puede cuestionar que Woody Allen entiende la materia fantasmal del amor. Por más que disimule esa sensibilidad detrás de una trama rocambolesca y de una época mitologizada por la industria cultural, resulta evidente que la fe en la conexión única e inexplicable entre dos personas es el impulso principal de esta historia.
No es extraño que sea la voz del propio Allen la que narra en off las peripecias biográficas de Bobby. Pero lo que en otras películas hubiera sido un signo de identificación entre el director y el personaje principal, aquí es una forma de tomar distancia. En vez de un intelectual neurótico o atormentado, Bobby es alguien que comprende rápido que hay que vivir la vida, y aunque sea consciente de que el destino sólo se expresa a través de la ironía, no sucumbe a la resignación ni al cinismo.
Es probable que esa distancia no sea necesariamente un giro en la filosofía del gran director neoyorquino sino sólo el tono más apropiado para la historia que está contando. Lo cierto es que se proyecta al conjunto de las situaciones y personajes de Cafe Society y, así, todo –incluso la caricatura de una familia judía, los crímenes mafiosos o las dudas de un hombre casado– se ilumina de una rara dignidad.