El gag del familiar mafioso que se carga víctimas con corcheas de trompeta de jazz como música de fondo; la joven con el hombre mayor; el joven impertinente; el infiel; la pulseada entre lo que deseamos y lo que nos toca.
Woody Allen recurre en Café Society a los tips que le funcionaron mejor que a nadie en los años 70 y que de vez en cuando incluyó en sus films de los 80s, 90s y, por supuesto, de 2000 para esta parte. Pero, sin embargo, ninguno opera en contra del relato como sí lo hace la voz en off que el propio director pone a lo largo de los poco más de 90 minutos de cinta.
Porque aquí más que nunca Allen reitera, reafirma, subraya y vuelve a señalar situaciones, características, pasado y presente de los personajes como si las imágenes no lograran transmitir lo que quiere contar.
Y tenía con qué. El derrotero del triángulo amoroso que juegan el manager de un Hollywood de los años ´30 (Steve Carell), su amante (Kristen Stewart) y el sobrino de aquel (Jesse Eisenberg) es atractivo y goza de performances impecables -sobre todo Eisenberg, gran alter ego de turno de Mr. Allen-, pero una y otra vez, escena tras escena, la voz omnipresente del narrador castiga la fluidez que logran algunas secuencias certeras.
Sería injusto pedirle renovación eterna al tipo que hizo del humor estadounidense una referencia obligada a la hora de buscar ideas y diálogos brillantes. Y, sobre todo, sería estúpido hacerlo desde cierta bravuconería impostada de crítico sabelotodo cuando el caballero pasó las ocho décadas y pese a eso sigue haciendo películas año tras año, corriendo una carrera que disfruta y de la que para cualquiera de nosotros es un privilegio generacional formar parte como espectadores.
La mosca en el Café Society es el pecado de la solemnidad en los momentos de humor y de tedio cuando se quiere contar otra cosa o ir más allá de la anécdota. Se trata de un film amable e inofensivo, de esos que Allen entrega año por medio (el último fue Magic in the Moonlight, de 2014), intercalados con búsquedas más ásperas (como Blue Jasmine o Irrational Man, de 2013 y 2015 respectivamente).
¿Hay semillas de verdad en este WA modelo 2016, con su primera historia plantada en Los Angeles después de casi medio siglo de carrera? Desde ya, y están no solo en el cast o en la ambientación de época, están en el pulso todavía vivo de uno de los realizadores más admirables que nos haya dado la meca del cine industrial. Porque el petiso sigue tan dentro como fuera del mainstream, con su final cut y su trinchera intelectual incólume.
Nos vemos en Crisis in Six Scenes, maestro. Y en el cine en 2017, claro.