Vigencia de un grande del cine, que como viejo zorro “lo hizo de nuevo”
Habremos de admitir un lujo en la asignación de películas esta semana en contrapartida de la anterior. Nobleza obliga, el editor se reivindicó.
Debemos estar en un punto de la historia de la cinematografía mundial en el cual hay que aceptar la repetición de los títulos, como una forma de explicar las sensaciones producidas por algunos artistas contemporáneos. Si eso implica titular este comentario (nuevamente) con “Woody Allen lo hizo de nuevo”, es porque efectivamente eso es lo que ocurre cada vez que estrena una realización..
El neoyorkino hace anualmente como mínimo una película con sus ochenta y pico de años. Más cantidad que Clint Eastwood que ostenta una edad parecida y filma como los dioses. ¿Hace falta intelectualizar todo lo que hace? ¿Cuán revelador resulta decir que este no es el Woody Allen de “Manhattan” (1979)? ¿Se aplicaba el mismo criterio en todas las décadas (para ponderar o defenestrar su cine)? O sea. ¿Cuándo estrenó “Interiores” (1978) se dijo que no es el Woody Allen de “Robó, huyó y lo pescaron” (1969)? Cuando “Crímenes y pecados” (1989) vio la luz, ¿se protestó por no ser el mismo delirante responsable de “Bananas” (1971)? Es más, “Sombras y nieblas” (1991), su homenaje al expresionismo alemán, qué sería? ¿Un error de concepto comparado con “Días de radio” (1987)?
Quien escribe estas palabras se conectó por primera vez con el artista con varios VHS, antes de concurrir a verlo por decisión propia al cine cuando se estrenó “Hanna y sus hermanas” en 1986. Tenía 13 años y requirió un guiño al acomodador del Gran Splendid, ya que era “Apta para mayores de 16 años”. Desde entonces (30 años ya) no se perdió ninguna, e hizo el camino inverso cada vez que se editaba algo de su filmografía anterior.
No se puede sino rendir tributo a alguien que, ante todo, cuenta una historia, y la cuenta bien. Con una alta dosis de profundidad, ya sea en el texto o en la propuesta, porque en los dos casos, el cine de Woody Allen resulta evocador. De épocas, de situaciones familiares, de la historia, lo que sea, pero evocador al fin. Como si hacer de bufón en el siglo XVII, o en el futuro, estuviese teñido de la misma idea, no importa la época, ni las clases sociales, ni la coyuntura política, la gente sigue teniendo los mismo kilombos irresolutos de siempre: sueños por cumplir, realidades atosigantes, y en el medio un par de anécdotas amorosas. Punto.
Por eso, ver esta carta de amor al Hollywood de la década del 30 tiene la misma intención que la escrita a Roma en “A Roma con amor” (2012), “Medianoche en París” (2011), o a Broadway en “Broadway Danny Rose” (1984). “Café Society” es precisamente eso, un recorrido por nombres ilustres que alguna vez formaron el universo del cine tal cual lo conocemos hoy, como consecuencia de esos tiempos.
Bobby (Jesse Eisemberg) es un capullo recién salido al sol de Brooklyn, pero el guión lo lleva a Hollywood a probar suerte con la ventaja (o no tanto, hay que ver) de tener una suerte de padrino que lo pone bajo su ala, Phil (Steve Carrell), quien a su vez también tiene la idea de escaparse de su rutina fantaseando con su secretaria Vonnie (Kristen Stewart). En este triángulo de personas, con anhelos y frustraciones, estará puesto el foco alrededor del cual giran todas las historias posibles. Entonces habrá que ser un fanático de la historia del cine porque, como si fuese un émulo de “Odol Pregunta”, hay un juego de nombres y hechos que, además de funcionar cual símbolo de añoranza, sirven para contextualizar al personaje en su pequeño objetivo de salir adelante en una época por cierto durísima en la historia de Estados Unidos.
Es el viejo Woody, de manera tal que su relación con la industria siempre va a estar mejor criticada a través de su cine que de sus declaraciones a la prensa, lo cual también es una marca registrada. En todo caso, es de remarcar un extraño pie en el freno del ritmo narrativo en los 40 minutos finales. Incluso la narración parece más leída del guión que sentida desde el personaje. Vittorio Storaro es el director de fotografía. ¿Hace falta aclarar algo?
Ya no importa lo que éste genio quiera contar, ni tampoco la dosis autorreferencial, estamos frente a la vigencia de un grande que ya es el autor de algunas de las más importantes obras del cine de todos los tiempos. Este es el momento para disfrutar de las ocurrencias de un viejo bien zorro, que se ufana de esto último, para compartir un rato de buen cine.