Woody Allen no es un cineasta: es un recurso natural. En ocasiones, esa mina casi constante nos depara algún diamante -el último fue Blue Jasmine- y, en otras, algún canto demasiado rodado (seamos piadosos). Café... es una aleación bastante consistente de metales nobles y bajos, que narra las aventuras intelectuales de un joven (Jesse Eisenberg, el mejor alter ego que Woody encontró en estos años) entre el glamoroso Hollywood y el intelectual Nueva York de los años treinta. El personaje además tiene un romance con una perfecta Kristen Stewart (la dupla Eisenberg-Stewart hace años que funciona muy bien, su química es de acero inoxidable: vean Adventureland) que agrega una sensualidad calmada y perfecta. Claro que el film, amable y feliz, no es de oro puro: Allen elige el sarcasmo, a veces, en lugares donde no corresponde. Es un problema menor en cierto sentido, que no disminuye demasiado los momentos de placer de la película. Es un poco más molesta, de todos modos, la voz en off del propio Allen incorporando un punto de vista que, más que llevar la trama, termina dándole una dirección demasiado definida. Es un recurso que el hombre ha utilizado en muchas otras ocasiones (quizás el mejor resultado lo obtuvo en Días de radio, film notable pero pocas veces subrayado como se merece). Es evidente que Allen, hoy, reflexiona sobre el tiempo, el ayer y los recuerdos, y cree en algo así como una edad de plata que, con sus bemoles, sigue siendo fascinante. Esa fascinación, transmitida con alma, otorga belleza al engarce.