El Woody Allen de este año remite, felizmente, al de antes. El de los ochenta y noventa. El de la magnífica Días de Radio. El anterior a algunas películas con aire de encargo o piloto automático de los últimos tiempos, que no estuvieron a la altura de su leyenda. Café Society es una película amable, liviana en apariencia, diáfana y si se quiere menor. Al menos si se las compara con sus obras maestras. Allen sobrevuela a su triángulo de personajes en una historia de amor. Otra vez con Jesse Eisenberg como protagonista, el actor que parece reconocer la deuda del Allen actor, con sus manías, neurosis y physique du rol. Él es Bobby, que llega a la LA de la era de oro del cine para buscarse una vida, amparado por su tío, un poderoso agente de la industria (Steve Carell). Allí se enamora de la asistente del tío (Kristen Stewart), ignorando que ella tiene ya una relación.
Entre grandes mansiones, glamour y martinis secos, Allen relata, con su voz en off, las desventuras de Bobby y las de su familia judía del Bronx. La segunda parte de Cafe Society sucede en territorio alleniano, la ciudad de Nueva York, donde aparecen otros personajes, como el de la estupenda Blake Lively. Con una bella fotografía del prestigioso Vittorio Storaro, Cafe Society se ve con el placer que el mejor Woody Allen puede compartir y transmitir. Y si la mirada nostálgica puede resultar un poco empalagosa, hay un humor que funciona y una potente melancolía romántica. La de los amores perdidos o imposibles, la de esos que se sueñan con la certeza de que no sucederán en esta vida.