Siguiendo con su línea de películas que reflexionan sobre el amor y las diferentes formas que puede adoptar a medida que se avanza en una relación, Woody Allen suma en “Cafe Society” (USA, 2016) una mirada mucho más compleja que aquella que en apariencia y superficialmente suele proponer.
La alta sociedad de Nueva York y Chicago, con sus inmensas y lujosas casas, en las que viven una rutina hacia el afuera para mostrarse políticamente correctos, sirve de escenario para que el dinámico guión y la cuidada dirección enmarquen la historia de un joven llamado Bobby (Jesse Eisenberg), una persona que patea el tablero y decide ir a la gran manzana para someterse a las exigencias de su tío (Steve Carrel), un poderoso productor, quien no ve con buenos ojos su llegada.
Mientras comienza una tibia relación con éste, porque el tío le impide un acercamiento más profundo y cálido, pese a ser familia, Bobby conoce a Vonnie (Kristen Stewart), una joven que ayuda al productor a sacar adelante todo y de la que inevitablemente se enamorará.
De a poco, Vonnie le mostrará la ciudad y el negocio, y en cada encuentro la relación comienza a afianzarse hasta el punto que ella le confiesa que no puede aceptar sus insinuaciones ya que mantiene una relación con otro hombre, un ser desconocido para éste hasta determinado momento del filme.
Así, Allen, ubica el conflicto central de “Cafe Society”, con su mirada desprejuiciada sobre la industria del cine, sus negocios, mentiras y secretos, y también con su incipiente star system, que comienza a exigir lugares específicos para el ocio, alejados de la gente común, y ese lugar será el que Bobby termine por regentear tras las negociaciones “non sanctas” que su hermano (Corey Stoll) termine por hacer.
Otorgando al espectador la sabiduría total de las situaciones que se plantean, Allen, además, hace del equivoco y la confusión su motor narrativo, para uno de sus filmes más correctos, lo que, en el fondo, le permite superar cierta chatura en el planteo, con una puesta deslumbrante.
Y justamente en lo artificioso de esa puesta, de esa reconstrucción momentánea del espíritu festivo y lúdico, hay también un mecanismo por medio del cual se afirma la imposición de la misma ante el ojo de la cámara.
Es como si Allen decidiera que más allá del plot, el mcguffin se reitere y se muestre, tan artificialmente que en esa no naturalidad, como esa primera escena en una fiesta lujosa en una casa que a priori no percibimos como de la época en la que se narra el relato, hay una toma de partido más por los personajes que por el entorno.
La bella fotografía y la composición equilibrada de las escenas son otro de los puntos a favor de esta historia de amor y de desamor, de conocimiento y acercamiento, de ruido y silencio y de elecciones.
Porque también Allen es eso, un gran artífice de salidas impensadas ante situaciones narrativas clásicas, provocadoras y que inevitablemente terminan por disparar otras historias, las que, claramente, terminan por superar cualquier planteo inicial que se haya hecho.
“Cafe Society” es un filme de Allen reconocible en cada una de sus escenas y pretensiones, sus títulos iniciales con el jazz de la época, además, sirven de contextualización para el espectador, el que sabe que verá una película pensada, dirigida y guionada por él.