Comedia que no encuentra la vuelta
Es una historia con situaciones muy forzadas, que carece del ritmo que necesita una comedia.
Si en Un cuento chino, de Sebastián Borensztein, una vaca caída del cielo funcionaba como disparadora de la historia, aquí lo que cae es directamente una mujer: Alejandro (Peto Menahem) está en el patio de su casa, rumiando uno vaya a saber qué melancolía, cuando ahí nomás se estrella Julia (Muriel Santa Ana). Cómo se conocen los protagonistas de una comedia romántica no es un detalle menor, y esta es una manera original, prometedora. Pero la película de Néstor Sánchez Sotelo no logra mantenerse a la altura de esa idea, de ese comienzo que, literalmente, le da el título.
No hay mucho para objetar a los actores: no es ningún descubrimiento el talento de Muriel Santa Ana (consigue salir airosa de un personaje bastante esquemático: la mujer insoportable) y de Peto Menahem (aunque por momentos sobreactúa) para la comedia. Y también para el drama, porque aquí componen a dos queribles perdedores que no terminan de encontrarle la vuelta a la vida. Cada uno por separado, quedó dicho, es eficaz. Juntos, en cambio, no encajan del todo: es difícil de creer que ese roto y esa descosida puedan formar una pareja.
De todos modos, los mayores inconvenientes están tanto en la falta de ese ritmo necesario para sostener una comedia como en las situaciones que deben atravesar estos cuarentones solitarios para que la historia progrese. Son, en su mayoría, problemas menores, contratiempos cotidianos que se convierten en pequeños dramas por la inoperancia de estos dos neuróticos. El recurso es válido, y bien ejecutado es una probable fuente de situaciones absurdas, ideales para la risa (o la sonrisa, en el peor de los casos). Pero aquí las vallas son muy forzadas y dejan ver sus hilos; se nota demasiado que son un dispositivo. Que no termina de funcionar como debería.