Huele a espíritu preadolescente
Esta crítica me generará -no tengo dudas- muchos detractores (y van…, je). Es que Caídos del mapa es una saga literaria amada por padres e hijos desde hace casi dos décadas. Es lo más parecido -y no hay nada peyorativo en esta afirmación- que el mercado editorial local ha construido en la línea de franquicias juveniles como la de Harry Potter. Ya van 10 novelas (la 11ª está en camino) y el fenómeno sigue creciendo cual bola de nieve. Su paso al cine, por lo tanto, era casi inevitable. Y muy esperado.
Quería que me gustara. Hice muchos esfuerzos. Le puse “onda”, pero salí del microcine de su distribuidora (que la exhibió en una poco estimulante copia en DVD, imagino la furia de sus realizadores y técnicos al enterarse de esta noticia) con cierta decepción. Creo -intuyo- que la película va a funcionar razonablemente bien, que la transposición a cargo de la propia María Inés Falconi sintoniza con los chicos de estos tiempos, aunque sus principales valores son… extra cinematográficos.
Pero aquí estamos hablando de películas y no esbozando análisis sociológicos. Y, aún reconociendo su digna factura y la elección de un interesante elenco de chicos acompañado por reconocidos intérpretes adultos en personajes secundarios, Caídos del mapa casi nunca consigue la fluidez, la credibilidad, los climas necesarios como para convertirse en una buena película de aventuras preadolescentes, en un entretenimiento del todo estimulante.
Luego de una descripción (con bastante trazo grueso y no pocos clichés) de cada uno de los protagonistas (compañeros de clase del séptimo grado de una escuela primaria) seguiremos a los cuatro chicos (Federico, Paula, Graciela y Fabián) que deciden “hacerse la rata” para evitar a la insufrible maestra de Geografía (a.k.a La Foca) y terminan en el abandonado y sórdido subsuelo del colegio. Allí deberían comenzar los eventos más audaces y fascinantes, pero la película nunca supera una medianía bastante anodina.
Hay un romance latente entre el líder del grupo, Federico, y la encantadora Graciela (ese amor-odio calcado de la relación entre Ron y Hermione en la citada Harry Potter) y está la malvada de turno (Miriam, la olfa, traga, buchona, resentida). Y también hay una larga escena en la que los muchachos deben trepar un muro con unos guardapolvos atados a modo de soga. Es un momento clave del film y está mal construido, traicionando el verosímil más básico de la narración cinematográfica.
Es probable (me cuentan que los chicos que la vieron en los preestrenos salieron fascinados) que ningún espectador juvenil repare en esos u otros “detalles” formales y que la fascinación de apreciar a sus personajes favoritos saltando del papel a la pantalla, más la identificación de ver y escuchar a otros chicos hablando en su “idioma” y viviendo sus mismos problemas, alcance para que estemos en presencia de un éxito comercial. Si así es -y entonces vendrán nuevas películas de esta saga-, habrá que subir un peldaño para que el disfrute sea completo (para todas las edades) y el resultado final, más convincente.