Una de las películas más queridas y recordadas de quienes fuimos niños y adolescentes en los ochenta es Los Goonies , de Richard Donner. Es muy grato confirmar que, vuelta a ver hoy, su narrativa mantiene la fluidez, el brío, la capacidad para transmitir la fascinación por la aventura, por ese ímpetu-furor-malestar-energía-fantasía de los doce años y alrededores. No sentimos que esos chicos sean reliquias del pasado. La narrativa clásica -o, mejor dicho, su manejo eficaz en una puesta en escena de raigambre cinematográfica- los renueva con cada visión. Distinto es el caso de Caídos del mapa , film basado en el primero de una serie de exitosos libros escritos por María Inés Falconi, que firma el guión de esta película.
No hay una sabiduría colectiva ni una tradición en el cine argentino en este tipo de apuestas; tal vez por eso uno está especialmente expectante ante Caídos del mapa (y hasta espera una segunda entrega). Quizás ésa sea la razón por la que la estética elegida aquí sea más publicitaria o televisiva: seguramente estaba más a mano. El montaje, que intenta imponer velocidad cuando no hay mucha acción, y la excesiva simplificación de los personajes parecen apuntalar una larga presentación superficial. Tal vez por ese motivo lo más logrado de la película sea la introducción, el pase veloz de un personaje a otro en la llegada al colegio. Ahí la película es vivaz, tiene una concatenación lógica de acciones y reacciones, promete algo de brío. Luego, ya en la escuela, se vuelve menos fluida, como si se oxidara. Hay algo de vetusto en ese ambiente escolar no tan distinto al de Señorita m aestra (la situación en la habitación de Fabián, fuera del colegio, respira con mucha mayor gracia). La caricatura de la docente y de varios de los adultos prueba ser un arma de doble filo: el cine expone mucho más que la literatura.
Pero el problema principal de Caídos del mapa es narrativo: la lógica de las acciones, su pertinencia, su timing . El humor físico no tiene sorpresa, no tiene velocidad, se siente como un trámite. Y pocas cosas deterioran tanto al humor como la sensación de obligatoriedad. Un chiste desajustado, una situación poco creíble, afectan a sus alrededores. La película tiene sus méritos aislados: las actuaciones de algunos chicos, situaciones menores en el sótano -lugar de la peripecia central del relato- sobre todo las que se basan en diálogos.
Pero cuando se trata de lograr la sensación de aventura, la puesta en escena flaquea, la lógica del espacio no se logra imponer, y así, aunque a los doce años mucho de lo que después es rutina pueda teñirse con facilidad de épica, Caídos del mapa no logra acceder a la energía que necesita para hacernos creer en ella.