¿Cine infanto-juvenil argentino?
Es particularmente difícil para mí escribir sobre esta película, básicamente por tres razones, las cuales explicaré a continuación:
En primer lugar, Caídos del mapa es una de las obras literarias que marcaron y construyeron mi infancia. María Inés Falconi supo, a partir de una premisa que podía parecer limitada (cuatro chicos de séptimo grado deciden ratearse y esconderse en el sótano de la escuela durante la hora de Geografía, dictada por una temible maestra conocida como “La Foca”), construir un mundo complejo y apasionante, con personajes de una profundidad llamativa, que trascendían los estereotipos. De hecho, el lector podía identificarse con Federico, Graciela, Paula, Fabián e incluso Miriam (una villana que actuaba en base a su rencor por no poder integrarse al grupo protagonista) no sólo por sus virtudes, sino también por sus defectos. La visión que proponía el relato sobre el universo adulto era implacable pero sin carecer de una altura y sutileza fascinantes. Y en las siguientes entregas (especialmente la segunda), se consolidaron estos rasgos, hilvanando de este modo una saga repleta de personajes queribles, con un montón de matices, que funcionaban como espejo del lector. Y cuando digo del lector, no sólo me refiero al obvio (niños y adolescentes), sino también a los adultos. Volver a leer Caídos del mapa ahora, con treinta años, significa para mí volver a ser chico, reasignarle a mi infancia una validez y complejidad mucho más fuertes. El mundo, hace ya casi veinte años, podía ser una aventura inolvidable.
En segunda instancia, yo siempre he proclamado que el cine argentino puede y debe cimentar su propia mirada sobre el género infantil y juvenil, apuntar a ese público, proponerle historias y miradas que le peleen el dominio a los exponentes de otros países (en especial Hollywood). Y creo que una de las claves para ir trazando ese camino de construcción de un lenguaje propio pasa por conectarse con el universo literario (y también teatral) nacional. Porque lo cierto es que hay muchos autores literarios y teatrales con los que se puede dialogar, y que tienen una impronta propia, reconocible e identificable con el contexto argentino: no sólo Falconi, sino también María Elena Walsh, Hugo Midón, Graciela Montes, Horacio Quiroga, Adela Basch, Silvia Shujer y Elsa Borneman, por nombrar sólo algunos. Dentro de este panorama, una obra como Caídos del mapa me parecía clave, por cómo se conectaba con el universo de los chicos, estableciendo un verosímil que no escapaba al realismo. Por eso, que finalmente se concretara la adaptación a la pantalla grande (y de la mano de la televisión pública, lo cual es un punto extra a favor, porque demuestra que hay un interés por parte de ciertos sectores del Estado en empezar a trabajar el género, y eso es indispensable) era una noticia excelente. Y también, para qué negarlo, atemorizante: ¿saldría bien la película? ¿Cumpliría con las expectativas que uno podía tener?
Por último, tuve la oportunidad de acudir a ver uno de los días de rodaje de la película. Conversé con uno de los directores y varios de los actores, incluidos dos de los protagonistas, que siendo muy jóvenes ya tenían que hacerse cargo de la mochila que representaba encarnar a personajes emblemáticos para miles de lectores. Incluso hasta pude echarle un vistazo al guión. Es decir, vi a las personas de carne y hueso, no sólo a las figuras bidimensionales. Eso, para ciertos críticos como yo, puede ser muy problemático, porque nos corta el distanciamiento que luego nos permite juzgar tan cómodamente, con un texto de un par de páginas, creaciones que tomaron años de trabajo.
De ahí que fui a ver el film con muchísimas sensaciones encontradas, que se habían ido acumulando a lo largo del tiempo. Y sin embargo, para bien y para mal, no queda otra que ser lo más honesto y coherente posible frente a lo que finalmente se nos presenta en la pantalla.
Es obvio que Caídos del mapa (la película) no es un objeto aislado del resto del mundo, y que indudablemente toma elementos de diferentes expresiones, en especial hollywoodenses, como el cine de Spielberg, Zemeckis o incluso John Hughes. Pero me da la impresión de que analizar el film a partir de esas conexiones es un tanto superficial. Tomar como punto de partida a Harry Potter, como hizo algún crítico perezoso por ahí, no sólo es bastante poco pertinente e interesante, sino que hasta haría parecer que el cine infanto-juvenil nació con el nuevo milenio y que no hubo nada antes. La realidad es que la película dialoga (y mucho) con la tradición infanto-juvenil en la literatura argentina (que el guión esté escrito por la propia Falconi no es precisamente una casualidad) y con el discurso de los jóvenes argentinos, a través de múltiples factores estéticos en la puesta en escena (ver por ejemplo el trabajo con el vestuario y la banda sonora, que incluye temas especialmente compuestos por Miranda!). Pocos exponentes del cine argentino han buscado, como lo hace Caídos del mapa, que sus protagonistas interpelen directamente, sin vueltas, al público infantil y juvenil de nuestro país. Allí, en ese complejo propósito que se plantea el film, es donde los directores Nicolás Silbert y Leandro Mark debían dar un salto al vacío que requería tanta sutileza como atrevimiento.
Lamentablemente, a los realizadores les falta un poco de ambos factores: eso se puede apreciar, prácticamente desde el comienzo, en el esquematismo de la música incidental y en el trabajo con los encuadres y el montaje, que pocas veces salen de lo televisivo. Uno de los aspectos que sobresalían del material de origen era su pulso extrañamente cinematográfico: se podía percibir una configuración donde cada espacio (el adentro, que sigue la aventura de los chicos, y el afuera, con las repercusiones entre los padres) tenía su importancia particular, y lo temporal era totalmente maleable, llevando a que en un transcurso muy limitado de tiempo sucedieran un montón de cosas. En el film, esas variables nunca consiguen volcarse de manera fluida: el relato avanza en demasiados tramos a los tropezones, no logra unir el exterior con el interior, y por ende carece de la tensión requerida. Además, hay un notorio desnivel en el diseño de los personajes: los chicos adquieren en diversos pasajes (por ejemplo, la escena del juicio) un nivel de complejidad aceptable, destacando los rasgos humorísticos de Federico y la ambigüedad de Miriam (un ser incapaz de encontrar su lugar en el mundo), pero todo lo contrario pasa con los grandes. De hecho, sacando al personaje del señor Reinoso, el padre de Miriam -un tipo sin ninguna clase de escrúpulos-, todos ellos (los padres de Graciela, Paula y Fabián, la directora, el encargado, incluso “la Foca”) aparecen bastante desdibujados. En el caso del personaje del plomero, se podría decir que no tiene utilidad alguna en la historia. En el medio, se desperdicia a un elenco con mucho potencial, integrado por nombres como Osqui Guzmán, Karina K, Tina Serrano, Alejandro Paker, Eugenia Alonso, Silvina Bosco, Marcelo Savignone y Atilio Pozzobón. A Caídos del mapa se le notan sus ambiciones, aunque le termina faltando grandeza.
Año a año, se vuelve a abrir la pregunta sobre si es posible empezar a hablar de la existencia de un cine infanto-juvenil argentino, con un campo de acción sólido y coherente. La respuesta es siempre ambivalente, porque el panorama presenta films interesantes, como La máquina que hace estrellas, y otros que son un atentado a la estética cinematográfica, como Piñón Fijo y la magia de la música o Soledad y Larguirucho. Este año, Metegol parecía responder a la pregunta con un contundente NO, básicamente porque a Campanella no le interesaba explorar el género infantil (ni el deportivo, ni el mundo que podía construirse desde un autor como Fontanarrosa): a él lo que le interesaba era decirnos que los pueblos son lindos y la ciudad mala, y despotricar contra el marketing mientras lloriqueaba porque no podía hacer propaganda en Disney Channel. Caídos del mapa, con los múltiples defectos que presenta, no alcanza a cambiar ese NO por un SI. Lo que consigue, a pesar de todo, es reabrir el interrogante, volver a plantear la chance de que ese cine infanto-juvenil argentino pueda existir. Su legado son unos balbuceos, algunas letras de un alfabeto lingüístico todavía incompleto. Faltan aún muchos caracteres, signos, códigos, índices que terminen de armar un lenguaje, para que de ahí en más empiece una tradición. La esperanza es que este sea un puntapié inicial.