El portugués José Russo Baiâo y el serbio Jovan Nicolic trabajan en una funeraria suiza. Tras la muerte de un migrante calabrés -que también se había radicado en esas tierras en busca de una vida mejor-, deben trasladar el cadáver en una camioneta hasta el sur de Italia para entregárselo a sus familiares.
La película -un híbrido que bebe tanto del documental puro como de elementos ficcionales- tiene la estructura y el espíritu de la road-movie, pero nada demasiado trascendente ocurre durante los 1.600 kilómetros de viaje. Es que el guionista y director Pierre-François Sauter apuesta por un relato amable sobre dos antihéroes encantadores que, de alguna manera, simbolizan la diversidad y riqueza étnica de una Europa hoy tan escindida por cuestiones como la inmigración y la xenofobia.
Jovan se mostrará como un excelente músico y cantante; José, como un apasionado por la cultura. Con sus problemáticas familiares, sus obsesiones y sus búsquedas, ambos se irán abriendo durante las largas charlas en la ruta, en los hoteles o en los restaurantes. Una película modesta, austera, minimalista, con algo del cine de Carlos Sorín, pero que a la vez sintoniza con el estado de las cosas de esta Europa contemporánea tan contradictoria como atribulada.