PAISAJE URBANO COMPLETO, CONFLICTOS A MEDIAS
Hace un rato largo que Jean-Claude Van Damme está alejado -salvo excepciones, como Los indestructibles 2– de la pantalla grande y dedicado a la realización de películas que se estrenan directamente en diversos formatos hogareños. Pero, gracias a los misteriosos caminos de las distribuidoras, termina llegando a las salas argentinas en plena pandemia y cuando los cines recién están volviendo a asomar la cabeza. Y aunque convengamos que Calles en guerra no está tan mal, está muy lejos de recuperar la antigua gloria del actor.
El film de Lior Geller tiene un arranque interesante, donde vertiginosamente retrata un mundo que está a la vista y a la vez oculto: el de los suburbios más pobres de Washington DC, a solo unos kilómetros de la Casa Blanca. Allí las fuerzas de seguridad no intervienen a fondo debido a cuestiones de jurisdicción y las pandillas más duras aprovechan para traficar drogas a su antojo. En ese caldo de cultivo de crimen y pobreza se mueve Lucas (Elijah Rodriguez), un joven que es el preferido de Rincón (David Castañeda), el capo que domina todo, pero que no quiere que su hermano pequeño, Miguel (Nicholas Sean Johnny), quede atrapado en la misma vida. Cuando la entrega de un paquete se complique sobremanera y Lucas deba huir junto a Miguel, un enigmático veterano de la Guerra de Afganistán llamado Daniel (Van Damme) se convertirá en la única de oportunidad de salvación para los hermanos.
Si los primeros minutos de Calles en guerra combinan inteligentemente el montaje acelerado, la voz en off, la cámara en mano y la fotografía sucia para armar el paisaje social inestable en el que se mueven los personajes, empieza a flaquear a la hora de poner en marcha los conflictos. La película parece más preocupada por indagar en la cotidianeidad de los protagonistas que por adentrarse en los hechos que van a romper precisamente con esa rutina, como si no se decidiera a arrancar. Cuando empieza a apretar el acelerador, lo hace en base a unas cuantas arbitrariedades y manipulaciones, dejando varios cabos sueltos, explicaciones a medias y giros difíciles de justificar. Un buen ejemplo es, llamativamente, el personaje de Van Damme, que está lejos de ser el protagonista: aparece y desaparece sin muchas explicaciones; y carga con un pasado que se adivina como traumático y que luego se explicita con una serie de flashbacks bastante torpes. Y aunque el film aprovecha las cualidades actorales de la estrella belga -que hasta se da el lujo de encarnar un rol mudo y aún así construir una razonable expresividad-, no llega a darle a ser torturado la entidad que se merece, dejando además varias subtramas en el camino.
Estos problemas narrativos se trasladan a los minutos finales, donde las resoluciones van por el lado trágico -particularmente con el personaje de Rincón, un tipo despiadado pero también con códigos-, aunque también con pátinas de redención. Sin embargo, todo se resuelve a las apuradas, con algunas vueltas de tuerca que rozan lo inverosímil, con lo que el film termina pareciendo el piloto fallido de lo que podría haber sido una buena serie policial y dramática. Calles en guerra tiene un par de apuntes sociales interesantes y presenta algunos personajes que merecían un recorrido más consistente, pero no llega a explotar a fondo su despliegue de ideas estéticas y narrativas. Lo que se dice una película con ambiciones, pero finalmente chiquita en sus resultados.