Entre pesares y perdones
Un hombre acude al confesionario. Le anuncia al padre James (gran trabajo de Brendan Gleeson) que se prepare, porque el domingo lo va a matar. ¿Por qué? El feligrés le cuenta que fue violado durante toda su niñez por un cura. Y que como ese sacerdote murió, se vengará matando a este buen cura para subrayar la injusticia de este mundo. Ese es el punto de partida de este drama de conciencia, tan desolado como el paisaje de este pueblito irlandés. Aquí, cada uno vive su calvario. Y buscan con ese padre algún alivio. Pero “el perdón está devaluado”, dice este sacerdote que se hizo cura siendo grande, que recibe la visita de una hija que quiso suicidarse y que anda por el pueblo juntando las penas y las frustraciones de unos seres extraviados que convierten a cada encuentro en un gran confesionario. Película densa, recargada en su retórica, que dice cosas interesantes sobre el pecado, la fe, el desánimo de esas vidas sin salidas, el dolor y la esperanza. Pero los personajes son esquemáticos, las palabras sobran, es discursiva y no hay emoción entre tanta angustia. Así y todo, con cinismo y algo de humor negro, explora los caminos del dolor y el olvido, para decirnos que la mejor forma de redimirse es a través del perdón.