Sin lugar para bonachones
La película Calvario, de John Michael McDonagh, estrenada el año pasado, posee un inicio original. En una parroquia de un perdido pueblo costero de Irlanda, un sacerdote está confesando a los fieles. Un hombre, cuyo rostro no vemos, le cuenta en el confesionario que siendo niño ha sido violado durante cinco años por un cura. El violador ha muerto tiempo atrás, de modo que no es posible un juicio o una denuncia contra él. La víctima decide entonces vengarse con el padre de la parroquia. El motivo parece sencillo: es un cura bueno. “Voy a matarlo a usted, padre”, le avisa, “Lo mataré porque no ha hecho nada malo. Lo mataré porque es inocente”. La amenaza incluye la fecha y el lugar: el domingo siguiente, en la playa.
Fuera del ámbito de la confesión, sin el arrepentimiento y la solicitud del perdón divido, lo que el penitente hace no es una confesión, sino una amenaza. Un hombre abusado por un cura perverso decide castigar por el hecho a un cura ejemplar.
Sin embargo, lo más singular del film, no es tanto las motivaciones psicológicas y sociales del asesino sino el consentimiento con que le reverendo acepta el destino impuesto por la amenaza.
Una pregunta emana de la estructura de esta trama. ¿Por qué acepta condescendientemente la ejecución? ¿Qué lo lleva a tomar ese camino? ¿Por qué, teniendo una hija de la que se ha distanciado, y con quien luego de mucho tiempo logra volver a encontrarse y a “perdonarse” mutuamente para reiniciar la relación, sin embargo, vuelve a abandonarla al optar por ir a la ejecución? La decisión que el sacerdote toma no es impulsiva ni abrupta. Hay una meditación y un tiempo de reflexión al respecto. También sabe que lo espera la muerte. Lo advertimos por la respuesta que le da al asesino cuando éste, antes de ejecutarlo, le pide que “Diga sus plegarias”. “Ya lo hice”, responde el cura.
Si bien no es posible conocer las razones de esta parsimonia marcha hacia la ejecución, sí es fácil observar la recepción hostil que la pequeña comunidad de ese pueblo tiene con la iglesia y con su mensajero. A partir de la amenaza inicial, la película describe un itinerario semanal en el que se presentan una seguidilla de situaciones que convierten esos días en una especie de vía crucis.
En este periplo se nos revela una comunidad desintegrada. El rebaño que James, ese es su nombre, tiene la misión encomendada de cuidar, está sin esperanzas y desperdigado, y espiritualmente arrasado.
Un hombre viejo quiere despedirse de la vida voluntariamente, para evitar el deterioro corporal que una muerte lenta implica y con este propósito solicita un arma a James, si es posible una Walter PPK, con la que se mató Hitler. Verónica, una mujer golpeada y adicta a la cocaína, se muestra decidida a persistir en el camino de vida que ha tomado. El millonario Michael Fitzgerald, que se ha enriquecido gracias a retirarse a tiempo de los negocios de la finanzas antes que el sistema cayera y entrara en crisis, está sumergido en una depresión tras ser abandonado por su esposa y sus hijos. El joven Milo, hundido en el aburrimiento y el esplín existencial, no encuentra motivaciones para seguir adelante con su vida, y se debate entre suicidarse y alistarse en el ejército. Jack, quien luego descubriremos que era quien amenazó al padre, vive un presente atribulado, perseguido por los fantasmas de abuso y violación de su pasado. El dueño del bar del pueblo posee una hipoteca que los bancos le van a ejecutar. Como para agregar cinismo a esta hecatombe existencial, la única pareja que se ama y que parecía vivir feliz, es separada por el destino mediante un accidente vial. Quien muere es un biólogo marino francés que choca en la ruta contra un auto en el que viajaban cinco adolescentes borrachos. Muere el marido y los cinco adolescentes. La esposa del biólogo lo acompaña y comienza esa noche su viudez.
Un dato a resaltar de este dantesco cuadro del devenir humano, es que la mayoría de los personajes de este pueblo rondan los cuarenta años. Los muchachos de “Transpoiting” han crecido. Ya no estamos en el mundo de los adolescentes heroinómanos del film de Boyle, emblemáticos de la cultura del reviente. El momento apocalíptico ha pasado. El film muestra, tal vez hasta la hipérbole, una comunidad en cenizas.
¿Qué sucede con el mensaje de la iglesia en este contexto?
La búsqueda de comprensión del reverendo y su insistencia en acercarse a las ovejas descarriadas, es rechazada de plano por la mayoría de los pueblerinos. “Esta no es una misión. Su sermón terminó”, le dice el negro Simon, ante el pedido de explicaciones del cura. “¿Por qué ustedes nunca dicen nada sobre eso?”, le recrimina el budista tibetano dueño del bar, a quien los bancos le acaban de ejecutar su hipoteca. Verónica, la mujer golpeada, le recomienda no insistir para ayudarla porque “Soy un caso perdido”. El rebaño se comporta como si hubiese una actitud empedernida en permanecer en su estado, satisfechos de su ruina vital. “Todas las cosas quieren perseverar en su ser”, interpreta Borges que dice Spinoza.
En este contexto, el padre James simplemente está de más. Se transforma, de un reverendo buscando guiar a las ovejas, en un cura cargoso. El colmo del rechazo se observa cuando, en una corta caminata que James hace con una niña que se ha separado de la playa y con quien entabla una breve conversación, es sorprendido por el padre de ésta, quien enardecido de bronca y sospechando alguna mala intención le grita a la hija que se suba al auto.
El film nos expone una comunidad deshilachada, sin filiación al prójimo, que requiere algún tipo de reorganizador, pero ese lugar no está previsto para ser ocupado por un cura, y menos por un cura miembro de una iglesia que ha dado las espaldas a la devastación económica que ha sufrido esa sociedad en los años posteriores a la crisis. Al respecto valen las asociaciones que se puedan establecer entre la bronca y decepción de ese pequeño pueblo de Irlanda, y el discurso que sostiene la iglesia sobre el capitalismo a partir de la elección de su último Papa.
Una enseñanza nos deja el film. El discurso de la iglesia es el discurso del amor, pero la iglesia no genera el amor, sino que se nutre de él. Una población deshilachada, que ha perdido los lazos básicos de comunidad y filiación al prójimo, no es tierra fértil para su discurso. Es posible entonces que una de sus condiciones de posibilidad sea la existencia de la familia como célula germinal de la sociedad, y de allí que tantos esfuerzos realice para restituir esta célula fundamental.
Finalmente, hacemos un lugar aquí para un comentario respecto a la escena más brutal de la película. Antes de partir su hija, en el aeropuerto, el padre James observa cómo trasladan el ataúd en que llevan los restos del biólogo francés. El personal a cargo se detiene en medio de la plataforma, y uno de ellos se pone a conversar con el otro, apoyado sobre el ataúd como si se tratase de una barra o una mesa de pool. James mira por tres veces la escena, el director la muestra otras tantas.
Una escena tan impactante como la innecesaria repetición del final, con el tiro tres veces repetido sobre el cráneo del padre James.
Brutal en el relato, brutal en las formas, la pregunta final que podemos realizar es si el director nos deja una descripción escéptica de una realidad para observarla, o para generarnos algún tipo de movilización interna al respecto.