Con las horas contadas
Calvario es la segunda película de John Michael McDonagh, tras su debut con la magnífica El guardia (The Guard, 2011). De nuevo, con la presencia destacada de un alud de diálogos irónicos y bastante humor negro. Aquí se nos cuenta la desesperante peripecia de un clérigo irlandés (impresionante Brendan Gleeson, un actor a reivindicar que merecería ganar todos los premios por esta ajustada y a la vez potente interpretación) al que su último confeso, violado de pequeño por un sacerdote, no se le ocurre otra cosa que decirle que le va a matar en siete días, ya que como no sabe quien fue el causante de su traumática experiencia, y como simple acto poético vengativo (una ira acumulada durante largo tiempo de silencio, sufrimiento y vergüenza, ha decidido que pague el representante de Dios que le pilla más a mano, en este caso el cura de su parroquia.
Con un inicio tan potente y original, lo que deviene a partir del anuncio trágico que traerá de cabeza al protagonista es el ordenar todo su universo, desde ir poniendo más o menos en orden a su comunidad de feligreses y agnósticos (repleta de variopintos y muy bien trazados personajes); la relación con su hija Fiona (una sobresaliente Kelly Reilly, vista recientemente en Eden Lake y Lo mejor de nuestras vidas) y sus propias ideas (la pérdida de la fe o la decisión de convertirse en cura tras la muerte de su mujer). Destacable sin duda el torrente de réplicas afiladas teñidas de una emocionalidad que va creciendo conforme avanza una trama que bebe directamente de los preceptos del cine negro. McDonagh va alternando ambos tonos consiguiendo un equilibro general difícil de conseguir, merced sobre todo a una banda sonora de Patrick Cassidy (No todo es lo que parece; Las reglas de la mafia) que hace gran parte del trabajo. El aspecto criminal, sin embargo, no es más que una excusa, un “mcguffin” del que servirse para acentuar la mirada sobre unas individualidades concretas: un reducido grupo con el que el padre James se va reuniendo durante toda la semana buscando algún indicio de quién puede ser el futuro asesino.
El filme es una declaración de principios desde su primera frase. Y es consecuente con su discurso hasta el último plano. Calvary es el viaje de un personaje a través de lo que ha sido su vida, de las decisiones que ha tomado y lo que ha dejado atrás, pero también es una proclama a la defunción de la fe. Una visión cercana a Nietszche sobre la pérdida de valores y la desaparición de la Iglesia, abarcando matices sobre la moralidad de una institución que durante siglos ha regido la vida las personas, y que en localidades tan pequeñas como las de este trabajo, sigue siendo el motor de la vida diaria de muchas personas. Una película dotada de una fuerza arrebatadora y que es muy difícil que deje a nadie indiferente. Cine del bueno en una época en la que, por desgracia, no abundan este tipo de propuestas tan atrayentes y compactas.