John Michael McDonagh es uno de los realizadores contemporáneos más importantes, y sin embargo y de manera harto injusta, carga con la cruz artística de ser "el hermano de". Su misma sangre en cuestión es Martin McDonagh, realizador de Escondidos en Brujas (2008) y Siete Psicópatas (2012), también uno de los más reconocidos dramaturgos de la actualidad. No obstante, John, ante una pelea fraternal tendría con qué competirle: su anterior película, El Guardia (2011) rápidamente se convirtió en un film de culto y es, francamente, uno de los mejores exponentes del cine independiente de los últimos tiempos, y ésta, su segunda obra como director y guionista, es la confirmación de un evidente talento. Claro que dicha disputa entre hermanos afortunadamente no existe, y tan buena es la relación entre ellos que se producen films entre sí, comparten actores principales (Brendan Gleeson), pero no se pisan ni reparten la autoría de ellos. Eso es una excelente noticia para el cine: imaginen si los Coen dirigiesen por separado, cuánto más feliz sería el mundo, ya que probablemente tendría el doble de películas con ellos detrás de cámara. Aunque no sucede aún en América, el milagro ya ocurre en el Reino Unido, y tiene de apellido McDonagh.
Calvary no es una continuación de El Guardia, pese a tener al mismo actor como protagonista, ni mucho menos comparte tono y forma con los films del hermano del director. Es un drama con todas las letras, con apenas algún que otro toque de humor negro esporádico que no distrae de su línea argumental central. Aquí se relata el infierno en la Tierra para un sacerdote noble, de esos que aún saben poner la otra mejilla cuando se los agrede y, aunque no ignora los problemas actuales de la Iglesia como Institución y los reconoce como tal, comprende que dar el ejemplo es lo mejor que pude hacerse ante la adversidad. Cuando el rechazo es casi unánime en un pueblo enajenado por el vicio y los malos hábitos, sin predicar desde la ceguera y aún luchando contra el menosprecio, el Padre James da la cara y ayuda, escucha y aconseja, sin jamás intentar convencer al prójimo a través de una doctrina lapidaria. Habla desde el amor y la compasión natural, no desde los Diez Mandamientos rígidos.
La película comienza con una amenaza anónima envuelta en el misterio de una oscura confesión, de un ser traumado de por vida que jura venganza, y que sostiene que "no tiene sentido matar a un cura malvado porque eso es obvio", pero sí lo tiene matar a uno que es realmente bueno, porque eso sí es un verdadero crimen. La amenaza, para colmo, trae consigo una cuenta regresiva: el Padre contará con algunos días de gracia como para armar las maletas y huir o, por el contrario, afrontar su inevitable destino. Es esta una interesante variante de A La Hora Señalada con un Frank Miller que no está llegando sino que, para peor, ya está ahí en el Pueblo.
Calvary (Calvario) es una película ácida, densa en su dramatismo (no podía ser de otra manera), que se toma muy en serio un conflicto latente en el seno mismo de una Institución que busca lavar su imagen de pasados (y también aún, presentes) pecados, pero que afortunadamente no juzga ni señala con el dedo héroes ni villanos. Ahí reside su grandeza: no cae en la idiotez soberbia del ateísmo barato (no el real, sino el de los jóvenes irrespetuosos nomás) aunque sepamos, en el fondo, que el realizador no pertenece justamente al Opus Dei, ni pretende tampoco evangelizar a nadie. Detrás de esta historia hay humanos, ni buenos ni malos, que cargan responsabilidades desiguales y sobrellevan su angustia como pueden. No por mandato, no por culpa ni pecado original, sino porque la vida sigue (hasta que uno mismo o la naturaleza lo permita) y a eso no hay vuelta ni explicación que darle, sea terrenal o celestial.