Calvario posee una de las mejores secuencias iniciales que dio el cine dramático en años. Un confesionario, un sacerdote que escucha desgarradoras declaraciones del confesante (a quien nunca vemos) y una amenaza con fecha y lugar.
A partir de ese momento somos testigos de una semana muy particular en la vida del protagonista donde los días están muy marcados, y es allí donde la película baja el nivel y no logra mantener su gran apertura.
Muchas situaciones de la historia se ven bastante forzadas para encajar en el planteado esquema de “un último día en la vida” y hace que la historia derive y con ella los mismísimos pensamientos del espectador porque por muchos momentos su mente volará como consecuencia de lo que se ve en pantalla que puede resultar bastante aburrido.
Ahora bien, la actuación del gran Brendan Gleeson es espectacular y transmite todo tipo de sensaciones: dudas, inquietudes, rabia, alegría y desolación, esta última a tal punto que logra mimetizarse con el desértico pueblo en donde transcurre la historia.
El director John Michael McDonagh (The guard, 2011) cumple su cometido de querer generar lo que el título del film anuncia: un calvario, y lo hace a través de su protagonista y una hermosa fotografía que aprovecha muy bien las locaciones y escenarios naturales.
Más allá de su final anunciado y la manera en la cual se llega al mismo, que puede gustar o no, lo que genera un poco de bronca es pensar que el film se pierde una buena oportunidad en explorar aún más el tema de los abusos sexuales por parte de los sacerdotes, porque es algo trascendental en la trama y aún así se usa únicamente como disparador y luego se lo esquiva.
Calvario es un film muy profesional y con gran nivel actoral por parte de su protagonista pero cuya historia deja gusto a poco.