EN EL SÉPTIMO DÍA
En un pequeño pueblo costero de Irlanda, una comunidad de estrafalarios vecinos viven al margen de la vorágine citadina en una falsa tranquilidad. Bajo las reglas de un estricto, pero menospreciado catolicismo, estos seres atormentados exponen sus dolencias y preocupaciones a la bondad del Padre James (Brendan Gleeson), el cura rural a cargo de la zona.
La pasividad del ambiente (muy bien representada en esas secuencias aéreas en las que, con funcionalidad de segmentar, se retratan bellos rincones paisajísticos) nunca se exaltará, excepto en tres momentos (el incendio de la iglesia, la borrachera de James y su muerte) en los que necesariamente la furia de la catarsis debe aparecer a modo de alivio para la estructura de un guión sencillo que se re inventa cada vez que un nuevo personaje aparece en escena.
Calvario vive de la interacción entre la actuación de Gleeson y los demás personajes, a quienes como excusa dramática el cura visita en cada uno de sus domicilios o lugares de trabajo con el fin de exponer situaciones concretas como el adulterio, la avaricia, la codicia, y así, la lista completa de casi todos los pecados capitales.
De forma muy teatral y con una fotografía que deslumbra en virtuosismo de color y composición de encuadres, el filme logra ventilar algunos secretos íntimos de un conjunto de personajes que parecen vivir de prestado en un escenario ficticio que sólo se accionan al momento de que la filmación comience. Fuera del espacio fílmico podrían dejar de existir para pasar a ser sólo fantasmagorías de aquellos conceptos católicos que es menester de la iglesia apostólica romana resolver, o al menos, enmendar.
Momentos para destacar son los pasajes en los que la ciencia de la medicina y la fe logran hacer un contrapunto dialogado, en el que el ateísmo profeso y la divinidad parecen batirse en un duelo infinito que no logra concluir jamás. También es propio mencionar el caso del accidente automovilístico y la posterior muerte de un extranjero. La viuda debe volar con el cadáver de su marido en la bodega de un avión en el que también viaja el mismo cura que no logró consolarla.
Rozando la línea de la obviedad, la película peca, en reiteradas oportunidades, de moralista. Pero esta situación disminuye una vez que el espectador se compenetra con el relato. Un relato fluido y preocupado por la estética no sólo visual sino también dramática. Varios son los que podrán sentirse ofendidos por lo que Calvario intenta transmitir, de todos modos, las múltiples lecturas se encuentran habilitadas para dejar avanzar un filme que no sólo habla de la religión sino más bien de las personas y sus debilidades.
Por Paula Caffaro
@paula_caffaro