Cuando el destino nos da una lección
Muchas veces el destino aparece como una luz en el camino de esos seres que se ven arrinconados en alguna encrucijada de la que, aparentemente, no pueden escapar. Como Manolo, un hombre en plena crisis ya que la rutina de su trabajo le resulta asfixiante y su matrimonio con Beatriz está al borde del caos, que ve que su presente y su futuro no son para nada halagüeños.
Pero este cuarentón aburrido y desencantado comienza a tener extrañas visiones: hacia donde mire se le aparece la figura de una mujer gorda que lo observa fijamente. A esto se suma un accidente, tan tonto como inesperado, que lo obligará a ir a un hospital, donde los especialistas tratarán de descubrir los motivos de esa permanente obsesión. Allí, en este lugar en el que los enfermos tratan de aferrarse a la vida, Manolo conocerá por azar a Antonio, un muchacho de 15 años nacido en las islas Canarias que padece de cáncer aunque posee, sin embargo, una vitalidad contagiosa y un espíritu de superación impresionante.
El hombre comenzará una amistad con el joven. Una amistad que le irá abriendo las puertas de una senda en la que irán quedando atrás sus resquemores y sus angustias, un camino, en fin, que le permitirá ver que no todo es negro ni falto de soluciones.
La relación de ambos pronto implicará a todos quienes se cruzan en sus vidas. La madre de Manolo, aburrida de su encierro en un geriátrico que adopta a otra anciana como su doncella; un tierno mexicano que reparte comida a domicilio; la sufrida madre de Antonio y una muchachita hermana de uno de los pacientes del hospital, todos ellos se unirán a Manolo para que ese chico condenado por la enfermedad sea lo más feliz posible en sus últimos días de vida.
Historia a primera vista dramática, lo que ocurre en ella nunca llega al melodrama altisonante ni cae en los golpes bajos. Paco Arango, su director y guionista, se basó en un hecho real al que dotó de enorme optimismo, de certeras pinceladas de humor, de calidez en cada uno de sus personajes, de una esperanzadora mirada hacia el futuro. A cada paso del relato, Manolo va comprendiendo que el amor puede trasponer las más difíciles barreras y su acercamiento a Antonio, ese joven que siempre tiene a flor de piel una sonrisa solidaria, lo va convirtiendo en un hombre nuevo.
Así, y poco a poco, todos estos personajes, más un solitario vecino y una fantasmal enfermera se unirán en una cena de Nochebuena en la que todo será alegría, una alegría que ni la misma proximidad de la muerte puede desbancar. Maktub , título original del film, es una voz árabe que significa "lo que está escrito". Y aquí lo que está escrito es esa enorme fuerza que hace de Antonio un ser que es querido y comprendido, y de Manolo alguien al que las penurias del pasado quedaron tan atrás que él ya las ha olvidado.
La trama está urdida con enorme emoción, con una enorme autenticidad en sus diálogos y en sus situaciones y está, además, interpretada por un excelente elenco. Diego Peretti hace una emotiva composición de ese Manolo que ve cambiar su rumbo al son de la amistad, mientras que Aitana Sánchez Gijón, Goya Toledo, Rosa María Sardá, Amparo Baró y el resto del reparto supo unirse con convicción a esta especie de canción a la vida. Pero sin duda es la labor del joven Andoni Hernández quien se lleva los más estruendosos aplausos, ya que con una simple mueca, una sonora carcajada o un gesto tan imperceptible como sincero da cuerpo a ese ser que, tan cercano a la muerte, sabrá vivir sus últimos días con la ilusión de haber sido feliz. Los rubros técnicos apoyaron con calidad este entramado que habla de la muerte pero que, sin embargo, sobresale de él la ilusión de vivir sin temores y sin angustias.