El destino como un cuento pobre
El cine reducido a mensaje de autoayuda estropea cualquier idea y elenco. Cambio de planes, de Paco Arango, aborda el difícil drama del cáncer en los niños, para convertirlo en comedia.
Diego Peretti es Manolo, un argentino aburrido, padre de familia madrileña, que un día se encuentra con Antonio (Andoni Hernández), el chico de 15 años que lleva adelante el tratamiento de quimioterapia, con un humor y una fuerza admirables.
La película sobrevuela cantidad de temas en torno a la pareja de Manolo y Beatriz (Aitana Sánchez-Gijón) y, en general, describe personajes que lo tienen todo sin saberlo. El único rol dramático es el de la madre de Antonio (Amparo Baró), sola, destrozada por la prueba que debe atravesar.
Con música incidental permanente, diálogos que explican los sentimientos y un desarrollo tedioso, Cambio de planes va dibujando el mensaje new age que termina frivolizando el dolor, los dilemas de la vida, y los vínculos que se fortalecen por arte de magia.
La voz en off del comienzo, que no corresponde a personaje alguno, asegura que no hay coincidencias, que "estaba escrito", significado de la palabra árabe Maktub, título original de la película. Durante los primeros 15 minutos, hay buena química, sentido del humor y Peretti juega su papel con eficacia. El malentendido inicial y la broma de Antonio en el hospital desata el juego de coincidencias. De ahí en más, las escenas son de manual: melodramáticas, subrayadas, por si el espectador no se dio cuenta de lo obvio. El guión abre un tema sobre otro, con golpes bajos.
Contra el esquema simplón, nada pueden hacer los protagonistas, aun cuando Peretti se repite en la gestualidad de antihéroe que el público argentino ya conoce.
Andoni Hernández, al igual que los otros niños, suena forzado, como si la película no quisiera enfrentar la complejidad del corazón. Para completar el cuadro, es Navidad, nieva, hay solos y solas que ilustran los clichés. Cambio de planes se queda en las buenas intenciones, abusa de las coincidencias y se permite una moraleja que más que tranquilizar, enoja.