Un cuento de Navidad
Siempre es un desafío ensayar una aproximación crítica a una película concebida como vehículo de difusión antes que como expresión artística. Más aún cuando el fin detrás de todo el procedimiento es tan noble y loable como la lucha contra el cáncer infantil. Tal es el caso de Cambio de planes. En ese sentido, quizá pueda abordarse a la ópera prima del español Paco Arango (de amplia experiencia televisiva en aquel país) mediante la subversión de la concepción clásica de una evaluación. Esto es; pensar la película por lo que pudo haber sido antes de por lo que finalmente es. Y el resultado terminará siendo, para sorpresa, bastante satisfactorio.
La misma voz en off iniciática encargada de situar el relato deja en claro que se estará ante una fábula navideña. Lo que es lógico, si se tiene en cuenta que el estreno español fue en diciembre del año pasado. Esa época de fiestas no le sienta demasiado bien a Manolo (Diego Peretti). Embarcado en un matrimonio a punto de romperse (su mujer es ni más ni menos que Aitana Sánchez-Gijón) y con dos hijos con los que apenas habla, un día sufre un accidente en la cabeza que lo obligará a realizarse una serie de estudios en un hospital madrileño, donde se encontrará con Antonio Andoni Hernández San José. El adolescente tiene cáncer y necesita sí o sí la firma de un mayor para unos análisis. Ante la ausencia de su madre (Goya Toledo), el mismo Manolo se hará pasar por su padre. A partir de allí, la dupla empieza a establecer una relación simbiótica en la que Antonio intentará contagiarle su optimismo y buen humor al más amargado Manolo, al tiempo que éste último empieza a integrarlo más en el núcleo familiar.
El cóctel Navidad + cáncer invitaba a un cúmulo de golpes bajos, manipulaciones, lágrimas fáciles, melodramas de ínfulas televisivas y efectismos, más aún cuando todo se enmarcaba en una película, ¡ay!, “basada en hechos reales”. Pero Cambio de planes evita todo lo que podría presumirse de ella a través de la aplicación de partes iguales de honestidad y lugares comunes, valiéndose de personajes tan caricaturizados como tersos e incorruptibles en sus formas de proceder. Todo lo anterior está atravesado por la sabia de decisión de Arango de trazar una parábola narrativa iniciada en la liviandad de una comedia absurda y mediocre (Manolo debe ir al médico porque ve “una gorda” después de un golpe en la cabeza) a otra más volcada a la feel good comedy tan en boga en épocas de crisis (pensemos desde ¡Qué bello es vivir! hasta la más reciente Amigos intocables). En ese sentido, habrá además un par de personajes secundarios (la madre de Manolo, el vecino Raimundo), cuyas comicidades extrapoladas del universo construido por la película aparece allí justamente cuando la historia parece ladearse al sentimentalismo.
Sin embargo, Arango parece no conformarse con la utilización de material radioactivo y desconfiar del poder de las imágenes, adosándole una banda sonora innecesariamente omnipresente y parlamentos que exteriorizan la matriz bienintencionada y moralista del proyecto. Todo eso confecciona una auténtica rareza: una película-vehículo de mensaje que también puede ser cine.