Camila (Nina Dziembrowski) disfruta de los últimos momentos de su adolescencia y de su militancia feminista con sus amigas y amigos de un colegio público de La Plata (muy linda la primera escena en el Museo de Ciencias Naturales). Sin embargo, su vida da un vuelco profundo cuando Victoria (Adriana Ferrer), su madre ya divorciada, las lleva a ella y a su hermana menor Martina (Carolina Rojas) a vivir a la casa de la abuela (que está internada en grave estado a causa de una neumonía) y las inscribe en un secundario privado, de esos con mucha religión e inglés, en plena ciudad de Buenos Aires. No es solo que ha perdido a su grupo de referencia y contención: el nuevo ámbito será bastante hostil. Mientras el director (Guillermo Pfening) le dice con buenos modos y espíritu burocrático que mejor se saque el pañuelo verde mientras está en las instalaciones, otros directamente le escriben feminazi en su locker.
Pero Camila está muy lejos de amilanarse. Pese a su corta edad, sabe bastante bien lo que quiere, pero sobre todo lo que no quiere. Y hará todo lo que esté a su alcance para lograrlo, así se le vengan el bullying y las suspensiones encima. Más allá de esas tensiones que derivan en hostigamientos, Camila encontrará pronto dos compinches en Lourdes (Laura Daniela Visconti) y un chico gay llamado Pablo (Federico Sack), aunque en el terreno sexual su interés se posará primero en Bruno (Diego Sánchez) y luego en Clara (Maite Valero).
Natación, skate, citas por Tinder, cuerpos transpirados que se rozan en una disco, perreo al ritmo de canciones de La Valenti con SAGA o de SassyGirl con El Plvybxy. El universo de la película de Barrionuevo es el de un coming of age, una historia de iniciaciones y descrubrimiento no exenta de erotismo y lirismo, y ya en esos terrenos sintoniza a la perfección con estos tiempos en los que los jóvenes rehúyen de los encasillamientos y estereotipos para una experiencia menos dogmática, más fluida. Hay, sí, disociaciones, esciciones, confusiones propias de la búsqueda de la identidad a esa edad, pero Camila y la película rompen con los esquemas y cánones tradicionales.
En ese derrotero íntimo, en ese transitar, en esa deriva va apareciendo cada vez con mayor fuerza una dimensión política. Hay, claro, profundas diferencias generacionales con su madre (hasta que se permiten encontrarse en una hermosa charla confesional) y también de clase (ella está completamente alejada del mundillo de “chetos” rugbiers y de los rituales religiosos que imperan en una institución privada como esa), pero afortunadamente (salvo en un par de momentos) Barrionuevo evita caer en la bajada de línea y la denuncia obvia.
En medio de una narración sobria y muy cuidada (todos los rubros técnicos son impecables) y un elenco juvenil que transmite con naturalidad tanto las contradicciones de sus personajes como las características de la dinámica grupal, sobresale el trabajo de Nina Dziembrowski. La hija del actor Luis Ziembowski y la música Carmen Baliero había tenido hasta el momento solo una breve participación en Emilia, de Cesar Sodero, y aquí tiene la responsabilidad de cargar con el peso casi absoluto de la narración. Su Camila no está solo en el título, es el corazón, la esencia, el alma y la heroína de una película sobre los nuevos códigos, las nuevas luchas (la marea verde), el empoderamiento, la sororidad, sobre saber adaptarse, perder los miedos, saber pedir perdón y vivir sin culpas. Una película sobre su tiempo. Un logrado retrato generacional.