"Camila saldrá esta noche", un retrato generacional
La película formó parte de la competencia oficial del último Festival de San Sebastián.
Un grupo de adolescentes escapa de lo que parece una represión policial durante una marcha. Mientras corren y se ayudan entre sí, sin dejar de reír, los estruendos de fondo comienzan a sonar cada vez más lejanos. La inconfundible arquitectura del Museo de La Plata los recibe con sus altas escalinatas y, luego de un paseo por el sector de animales embalsamados, la historia de la joven de la etnia aché Damiana Kryygi –narrada en detalle en el documental de Alejandro Fernández Mouján que lleva su nombre– llama la atención de Camila. Ella todavía no lo sabe, pero la protagonista del cuarto largometraje de la cordobesa Inés Barrionuevo está a punto de dejar la ciudad de las diagonales para instalarse en Buenos Aires. La razón central está ligada a la enfermedad terminal de su abuela, pero tal vez haya otros justificativos, de índole económico.
A pesar de ello, la mudanza es a un barrio bastante acomodado de la capital, y la institución elegida para seguir los estudios no parece de las más económicas. Lo cierto es que la muchacha, que cursa el último año de la secundaria, se ve de pronto transportada a un universo desconocido: un colegio privado religioso en el cual la despierta Camila, atenta a las luchas por los derechos individuales y colectivos y orgullosa portadora de un pañuelo verde, comienza a moverse como pez fuera del agua. Aunque… las cosas no siempre son como parecen. La directora de Atlántida, Julia y el zorro y Las motitos, esta última codirigida junto a Gabriela Vidal, continúa buceando en la vida de los jóvenes en un film de factura más ambiciosa, pero no por ello más efectiva o profunda. Eso sí: en la casi debutante Nina Dziembrowski –cuyo pequeño papel en Emilia, de César Sodero, merece volver a destacarse–, Barrionuevo encuentra el rostro ideal para plasmar esa etapa de la vida en la cual todo o casi todo se reviste de vehemencia.
Camila hace “algunes amigues” dentro del grupo menos popular de alumnos y conoce a un chico con el cual comienza una relación sin etiquetas a la vista, antes de fluir y dejarse llevar por la atracción hacia una compañera de curso. En casa, mientras tanto, la relación con mamá no deja de ser compleja y tirante, con cierta incomprensión generacional y emocional que corre en ambas direcciones. Camila sale los fines de semana, va a recitales, baila, encuentra y se acerca a otros cuerpos, registrados por la cámara con una distancia justa entre la simple observación y el aguafuerte estilizado. A diferencia de Atlántida y, en particular, Las motitos, en las cuales el registro de los diálogos resultaba absolutamente natural, hay algo en la escritura de las líneas y en la dirección actoral que, por momentos, se siente un tanto afectado. Es una señal del carácter enfático que Camila saldrá esta noche, que formó parte de la competencia oficial del último Festival de San Sebastián, termina adquiriendo durante el último tercio de metraje.
A partir de cierto momento, cuando un hecho del pasado abre las puertas del chantaje y la traición, el pequeño relato de Camila y su entorno (una aldea que, como cualquier otra, es capaz de ofrecer una pintura del mundo) es absorbido casi por completo por la intencionalidad programática del guion. La película deja de proponerse como una historia mínima pero relevante y se encarama en la vidriera del tratado generacional. Al mismo tiempo, y por esa misma razón, deja de lado cualquier complejidad en la construcción de los personajes y su lugar en el mundo ideológico, dividiendo las aguas en los unos y los otros. Casi, casi entre buenos y malos. Es en ese momento cuando la reflexión ingenua de la hermanita de Camila –“Cristobal Colón era racista, Jesús no”– corre el peligro de dejar de ser la simple descripción de un personaje para presentarse como tesis revisionista.