La foto de Damiana Kryygi asoma como una de las últimas imágenes de Camila (Nina Dziembrowski) en la ciudad de La Plata. Mientras recorre el Museo de Ciencias Naturales con un grupo de amigos descubre la historia de la niña aché convertida en sirvienta de los colonos blancos y luego en curiosidad morbosa de la ciencia. La imagen conservada para siempre en una fotografía, cristal de su calvario pero también de su memoria, ofrece un temprano espejo para Camila que va a aventurarse a su propia mudanza geográfica y cultural, por cierto mucho menos trágica. Sus días en La Plata concluyen con la repentina enfermedad de su abuela, que obliga al traslado a Buenos Aires junto a su madre y su hermana, a un cambio de colegio, un cambio de escenario.
Desde su fascinante Atlántida, Inés Barrionuevo ha sabido recorrer las emociones de sus personajes en una etapa crucial de sus vidas, aquella que implica crisis, cambios: en esa historia de adolescentes en Córdoba, dos hermanas se enfrentaban al deseo y la responsabilidad durante un verano caluroso antes de descubrirse adultas; en Julia y el zorro, una actriz y su hija viajaban a Unquillo en el tránsito de un duelo que adquiría los aires de una fábula. En la reciente Las motitos, codirigida junto a la escritora y autora del guion María Gabriela Vidal, Barrionuevo posa su cámara en ese mundo adolescente que define sus dilemas e identidades entre las calles de tierra y polvo, las angustias cotidianas, las pequeñas luchas emprendidas. Su cercanía con ese tiempo de vértigo y encrucijadas le da a sus películas la tensión necesaria, el humor justo, la profundidad esquiva a las grandes espectacularidades.
Camila navega sus días en Buenos Aires con la insistencia en sus ideas políticas, en su militancia feminista, como una forma de prevalecer frente a las hostilidades. En el nuevo colegio, religioso y conservador, Camila descubre la firmeza de su propia voz, el hallazgo de amores y aliados, los límites de sus propias certezas. Pero también en los rastros de su desconocido pasado, en las fotografías de esa abuela que detesta, lejana y autoritaria, asoman las mismas represiones e hipocresías que aún no se han extinguido. Barrionuevo profundiza su mirada ahora en un cosmos más amplio que el de sus anteriores películas, más urbano en sus dimensiones, más ambicioso en sus búsquedas. Quizás ese mismo pulso la torne algo más intensa y declarativa, ya que sus contornos presentes exigen otro posicionamiento.
“Soy como un extraterrestre para mis viejos”, le cuenta a Camila su amigo Pablo, maquillado desde la fiesta de anoche, sumido en los interrogantes que no siempre hermanan a una generación. Es ese mundo a veces visto de lejos por los adultos, bajo el prisma de una falsa homogeneidad, de prejuicios o malentendidos, el que Barrionuevo revela sin categorías ni encasillamientos. Las relaciones entre madres e hijas, la exploración de la sexualidad y la afirmación de las ideas adquieren potencia y espesura en las imágenes, en la notable y enigmática actuación de Nina Dziembrowski, en ese camino por el mundo que recién empieza.