Una película de esas que ya no se hacen
Basada en la novela homónima de Lawrence Block, Caminando entre tumbas transcurre en 1999 y bien podría haber sido filmada en aquel año. Exponente tardío de los policiales y thrillers protagonizados por Richard Gere/Kevin Costner/Nick Nolte durante los ’90, el opus dos del reconocido guionista Scott Frank (Un romance peligroso, Minority Report: Sentencia previa, Marley y yo) es una película conscientemente anacrónica, de esas que ya no se hacen.
La intención es por demás noble y digna de celebración, sobre todo en un contexto en que los films “para adultos” en la pantalla grande están en franca extinción, lo que no implica necesariamente que los resultados sean del todo satisfactorios.
Liam Neeson, quien desde Búsqueda implacable parece haber caído en la cuenta de que es un gran intérprete de tipos curtidos, interpreta aquí a Matt Scudder, un ex policía alcohólico devenido en detective privado que, para variar, lidia con una horda de demonios internos acarreados de su pasado. Hasta él llega un narcotraficante, cuya esposa ha sido secuestrada y asesinada por una banda “especializada” en operar con mujeres cercanas a este tipo de personajes. Así lo demuestran varios antecedentes descubiertos por Scudder durante la investigación.
Frank se muestra solvente y con el oficio suficiente para despertar interés en una historia mil veces contada mediante la generación de una atmósfera urbana opresiva, ominosa, sucia y de una peligrosidad latente, poblada por personajes que saben más que lo dicen. El problema es que jamás confía plenamente en su capacidad para hacer de su film un simple policial y le adosa una serie de subtramas –la inclusión del chico que terminará asistiéndolo es el ejemplo máximo– que enredan innecesariamente el relato.
Ya en la segunda mitad, cuando se depuran los excedentes y se apuesta definitivamente a la resolución del caso, Caminando entre tumbas se convierte en el policial clásico y sin demasiadas pretensiones que debía haber sido desde el comienzo.