La violencia y sus ejecutantes
A partir de éxito de Búsqueda implacable, Liam Neeson se convirtió inesperadamente en un veterano héroe de acción. Hubo otros actores, como Kevin Costner y John Travolta, que intentaron explotar la misma veta, sin conseguir el mismo suceso. Las razones pueden ser un poco difíciles de explicar -quizás Neeson estuvo en el momento indicado, en el lugar indicado-, pero lo cierto es que no sólo en la película previamente mencionada, sino también en films como Desconocido, El líder o Non-stop: sin escalas supo construir una presencia particular, que combina la dureza típica del género con cierta humanidad que lo acerca al público. De alguna manera, al verlo, se puede tener la sensación de que uno también podría ser ese héroe de acción -si Neeson puede, nosotros también podemos-, algo que lo conecta un poco indirectamente con el estilo que fue desarrollando Bruce Willis a partir de su John McClane en Duro de matar.
Toda esta introducción viene a cuento de que Caminando entre tumbas puede verse como el primer paso a partir del cual Neeson empieza a pensarse como estrella del género. Lo hace a través de un film que en verdad está lejos del relato de acción, sino que se inscribe claramente dentro del policial, lo que contribuye a elevar la vulnerabilidad de su figura. El relato no deja de ser un experimento interesante: está basado en la novela A walk among the tombstones, de Lawrence Block, que es la décima entrega de las aventuras -o más bien desventuras- de Matthew Scudder, un ex policía alcohólico que trabaja como detective privado sin licencia, o como él mismo dice, “haciéndole favores a amigos”. En este caso, será contratado por un narcotraficante para averiguar quién secuestró y asesinó a su esposa, en una investigación donde hasta se irán develando conexiones con la labor de la DEA, la agencia antidrogas estadounidense. Lo llamativo es que el personaje de Scudder apareció por primera vez en 1976, en la novela The sins of the fathers, pero A walk among the tombstones es de 1992. Frente a esto, el director Scott Frank -quien tenía como antecedente un pequeño drama criminal con Joseph Gordon-Levitt llamado El vigía, aunque se ha desempeñado mayormente como co-guionista de películas tan disímiles como Wolverine: inmortal, Marley y yo, La intérprete, El vuelo del fénix, Minority report: sentencia previa, Un romance peligroso y En el nombre del juego- elige no casarse con ningún estilo en particular: se puede ver la crudeza típica de los policiales de los setenta -podemos tomar como referente inmediato a Contacto en Francia-, el tono lúgubre y desencantado de los ochenta .piénsese en, por ejemplo, Un rostro sin pasado- y hasta ciertas vueltas de tuerca que buscan redefinir determinados ejes narrativos que sustentan el imaginario del mundo del crimen -Los sospechosos de siempre es en este aspecto una referencia ineludible-.
Dentro de toda esta apuesta, la presencia confiable y ambigua a la vez de Neeson, complementada con un par de antagonistas que son la maldad suprema, sin vueltas, sostienen a Caminando entre tumbas durante buena parte de su relato, ayudando a configurar un universo donde no se salva nadie, donde todos tienen cuentas pendientes pero los que pagan los platos rotos son los inocentes (con especial énfasis en las mujeres). El problema es que el film, a medida que tiene que ir resolviendo el destino no sólo de Scudder, sino también de ese universo que habita, se va poniendo discursiva, pesadamente discursivamente. Ahí es cuando se dan cita un par de diálogos demasiado explícitos en su didactismo o personajes que poco aportan a la trama, como el del niño vagabundo que ayuda a Scudder en su investigación, que en realidad está para decir cuán feo estaba el panorama en las calles de la Nueva York de principios de los noventa. Es como si el director se hubiera olvidado que el discurso ya lo estaba transmitiendo a través de los hechos y acciones, entorpeciendo ostensiblemente lo que estaba contando. En los minutos finales, esa tensión se acrecienta, y el film oscila minuto a minuto entre esa violencia capaz de decir mucho a través del daño a los cuerpos y la sensiblería barata.
Despareja, con algunos momentos muy buenos y otros definitivamente descartables, Caminando entre tumbas no deja de ser una película rara dentro del panorama del cine estadounidense actual. Su ritmo, sus decisiones de puesta en escena, la forma en que aborda la violencia -alejándose de la estetización, tan propia de estos tiempos- y hasta cómo piensa la figura del héroe (convertido en verdad en un antihéroe) la separan de la media, aunque sea inevitable hacerse cargo de sus notorios defectos.