Es raro tener que usar un adjetivo como “auspicioso” para definir la característica principal de cualquier opera prima. Es decir, debuta Russell Crowe como realizador. ¿Y? Auspicioso suena más a “que suerte, no fue un desastre”, que a otra cosa. Ya fuese su decimoquinta película o la primera, como en este caso, el análisis comienza indefectiblemente por detectar si él, o cualquier otro, tiene algo para decir, una historia que contar en lenguaje cinematográfico, y luego si está bien realizado. Debe haber miles de debuts “auspiciosos” que luego terminaron en desastre (fíjese en los hermanos Wachowski, sino).
En fin. Estamos en 1919. Connor (Russell Crowe) es una especie de rabdomante, un zahorí. Esos hombres que ostentan la extraña virtud de descubrir vertientes de agua en zonas donde aparentemente no hay ni rastros. Él y su esposa perdieron a sus tres hijos en la terrible batalla de Gallipoli. El dolor es insoportable, por ello Connor decide, empujado por una sólida promesa, y sólo confiando en la virtud mostrada al principio, ir a tierras turcas para tratar de encontrarse con los restos mortales de sus hijos para llevarlos de vuelta a Australia. No será fácil la tarea. Al principio por trabas de escritorio, luego por otro tipo, “Camino a Estambul” es una realización sobre la determinación, la tenacidad, y el honor por sobre el despojo, con lo cual el calvario ocurrirá de una forma u otra.
No se le pueden negar las mismas virtudes de su personaje al director. Crowe parece confiar en que la primera media hora (en especial el primer cuarto), servirá como una muestra de los climas dramáticos a generar durante el relato, apoyándose en pequeños segmentos narrativos de diálogos cortos y compaginación efectiva. El ataque es directo a la sensibilidad del espectador (sin golpes bajos, cabe aclarar). Hay un buen poder de síntesis, y sobre los estados emocionales de los personajes es que se pretende instalar el verosímil, pero si bien es cierto que el dolor puede empujar al ser humano a cosas impensadas, una cosa es hacer transitar a los personajes hasta llegar a un estado que justifique las acciones, y otra es tomar atajos como en este caso. Entendemos que la madre no puede superar la pérdida por dos líneas de dialogo y algún flashback, en lugar de darle tiempo de exposición al personaje. El resto de la información lo provee la propia voz en off del protagonista. No es que no sea válido el recurso, pero el peso específico de la credibilidad tiene claras diferencias a la hora de seguir la historia.
Impacta desde el primer momento la dirección de fotografía de Andrew Lesnie, el gran fotógrafo de toda la saga de Tolkien llevada al cine por Peter Jackson, es decir, si con algo la tiene absolutamente clara es con los exteriores. Lo mismo sucede con el resto de los mal llamados rubros técnicos,. Sin dudas el neozelandés aprendió mucho en todos estos años y no le teme a la extensión de “Camino a Estambul”. Sin dudas es una película que propone una historia de buena carga dramática, y hasta ciertos tintes épicos en función de la búsqueda. En esta primera oportunidad las concesiones que haga el espectador también tendrán una alta dosis de importancia para quedarse hasta el final.