Road movie con buenas actuaciones
Sebastián (Rodrigo de la Serna) tiene problemas con el trabajo. La relación con su pareja (Elisa Carricajo) también tiene sus vaivenes. El futuro es pura incógnita. Tiene un auto de un modelo viejo, pero muy bien conservado, y lo usa para hacer viajes cortos, los típicos de un remisero. Pero aparece inesperadamente la propuesta de uno mucho más largo y poco convencional: uno de sus clientes eventuales (Ernesto Suárez) le ofrece una cantidad de dinero que no le vendría nada mal para que lo lleve hasta La Paz, Bolivia. Primero, Sebastián duda. Pero finalmente acepta y ahí empieza la aventura de esta dupla que primero se trata con distancia y recelo, pero muy pronto irá estableciendo un vínculo más estrecho. Planteada como dinámica road movie, la película trabaja un tópico conocido, el de la evolución de la relación entre dos personajes a primera vista incompatibles (Las acacias, exitosa película independiente de Pablo Georgelli, tenía una premisa similar). Sebastián es mucho más joven que su cliente, tiene más energía, mejor salud y otro temperamento. Las diferencias también son culturales: el viaje de su pasajero, Jalil, tiene que ver con sus convicciones religiosas, que tendrán un papel relevante en la trama. En su ópera prima, Francisco Varone dosifica muy bien el humor con las peripecias dramáticas, usa la música de una manera original y filma el paisaje sin caer en tentaciones esteticistas a lo largo de ese viaje rutero en el que habrá pasajes hilarantes, situaciones dramáticas, exóticas ceremonias religiosas y, sobre todo, algunos sucesos y revelaciones que modificarán el presente y probablemente el destino de dos protagonistas entrañables. El trasfondo del accidentado recorrido es uno muy conocido, pero siempre abierto a la reflexión: el tema de la paternidad. De la Serna y Suárez dotan a sus interpretaciones de distintos matices y consiguen generar la química necesaria para que la narración avance con menos tropiezos que su irregular derrotero.