Para tratar de salir de la mala situación económica que atraviesa con su pareja, Sebastián (Rodrigo de la Serna) empieza a trabajar como remisero y encontrando cierto disfrute en un trabajo que alguien de clase media como él jamás habría pensado hacer. Uno de sus clientes es Jalil, un anciano un tanto mañoso con el que no parece llevarse muy bien. Sin embargo, el hombre mayor lo sigue llamando y finalmente le encarga un trabajo complejo: llevarlo hasta La Paz, Bolivia, donde Jalil necesita visitar a un familiar. Sebastián no quiere aceptar, pero el dinero no sobra y termina metiéndose en la aventura –en la road movie— con este hombre. Previsiblemente, la relación entre ellos irá cambiando. Pero, imprevisiblemente, no de las maneras esperadas.
Jalil es musulmán, practicante, y ese descubrimiento primero incomoda a Sebastián –cuando por ejemplo tienen que detenerse para rezar–, pero de a poco las aventuras que viven los irán acercando, especialmente a partir de la crisis de pareja que él vive con su esposa (Elisa Carricajo) y el frágil estado de salud del anciano. CAMINO A LA PAZ tal vez no se escape de un modelo y formato narrativo de encuentro de opuestos bastante practicado en el mundo y hasta en la Argentina (uno podría decir que está en la línea temática de LAS ACACIAS), pero el relato funciona con cierta fluidez y momentos de genuina emoción, más allá de alguna que otra situación no del todo bien resuelta.
Camino-a-La-Paz-10Un detalle aparte es la mirada cercana a la cultura musulmana que la película muestra como un eje importante de toda la trama. En la incomodidad –primero– y fascinación –después– que los actos y costumbres religiosas generan en Sebastián, la película tiene otro eje paralelo, tratado con cuidado, sutileza y respeto, que le agregan otro punto a favor a un tipo de relato que, sin esos ingredientes, podría quedarse en la anécdota.