Casualidad o no, Camino a La Paz tiene la particularidad de unir los dos papeles más famosos de Rodrigo de la Serna. Por un lado, el actor vuelve a emprender un viaje iniciático por las rutas de Latinoamérica, como cuando encarnó hace diez años a Alberto Granado, fiel amigo del Che Guevara, para Diarios de Motocicleta (aunque esta vez será solo hasta Bolivia y sin el tinte revolucionario de su anterior periplo). Y por otro, su interpretación del inmaduro Sebastián lo acerca al recordado Ricardo de la serie Okupas.
Cuesta ubicar la época donde transcurre la ópera prima de Francisco Varone. El look de Sebastián (bigote, patillas y una inefable campera de corderito) y su fetichismo por Vox Dei y un Peugeot 505 hacen pensar en unas tres décadas atrás. Pero la presencia de teléfonos celulares y, sobre todo, un contexto en el que su mujer pierde su trabajo y él es una suerte de desocupado estructural parecen arrimar la historia hacia fines de los 90'.
Producto de un mal entendido, Sebastián empieza a trabajar de remisero y conoce a un cliente bastante particular. Se trata de Jalil (Ernesto Suárez), un anciano musulmán que le hace una propuesta poco menos insólita: llevarlo hasta La Paz (Bolivia), donde se reunirá con su hermano, y de allí partirán rumbo a La Meca, en Arabia Saudita. Como marcan los cánones, al principio Sebastián no querrá saber nada con el viaje, pero luego terminará aceptando y el dúo se lanzará a la ruta.
Clásica road movie de personajes opuestos, a medida que Sebastián y Jalil vayan atravesando Argentina y parte de Bolivia se establecerá una simbiosis entre ellos. Sobre todo por parte de Sebastián, que observará con perplejidad un universo que le era ajeno hasta ese momento: Jalil es capaz de ponerse a orar en plena banquina, visitar una comunidad musulmana en Córdoba o comer ajo puro porque un compañero suyo le había dado resultado para vivir más de cien años. Por supuesto que también pasarán por algunos contratiempos que irán sorteando.
Si se exceptúa algún golpe bajo y cierta liviandad a la hora de "convertirse" al islamismo, Camino a La Paz se sostiene gracias a las grandes actuaciones de De la Serna -a quien la pantalla grande debería tener un poco más en cuenta-, y de Suárez, un veterano actor de teatro que debuta en cine y resulta un verdadero hallazgo (obtuvo el premio Revelación en el último Festival de Mar del Plata, donde la película fue exhibida). Un film sencillo, entrañable, con dos personajes en busca de un destino.