Original cuento de viajeros y fábula de pérdidas y ganancias
Joven pareja busca vivienda. El muchacho se decide por una medio fulera, sólo porque tiene parrilla en el patio. Luego, lo único que pone en el asador son unas salchichas. Esto puede contarse como sainete burlón o como drama de frustraciones asumidas. Francisco Varone, el autor, elude esas opciones. Prefiere el sobreentendido, el camino abierto a lo que traiga la vida. Y lo que trae es un cuento de viajeros, fuera de lo común, con moralejas universales que también se sobreentienden, o más bien se sienten por dentro, sin que nadie las explique demasiado. Una fábula de pérdidas y ganancias, contada con hábil humorismo y lindos paisajes.
Improvisado remisero, el muchacho tiene dos tesoros y un cliente fijo: el auto que era del padre, una colección de Vox Dei, un viejo medio apestado.También tiene un sueño feo, pero esto lo sabremos más adelante, cuando entre más o menos en confianza con el viejo, que es musulmán y lo contrata para ir hasta Bolivia a reunirse con el hermano en el sueño de peregrinar en un barco a la Meca. En suma, un porteño algo nervioso y un anciano que sabe imponerse sin necesidad de levantar la voz. La Biblia según los rockeros y cánticos sufíes por un grupo cordobés. Salamines y ajo. Kilómetros largos rumbo a las montañas, sazonados con curiosos episodios. Un par de perros, un par de maleantes, mucha gente buena. Entendimiento y despojamiento paulatinos. En especial, entender y despojarse del sueño feo mediante una parábola sobre la fe que suelen usar los predicadores de diversas religiones.
A veces la historia suena un poquito inverosímil. O presenta unos saltos propios de película hecha a los saltos. Pero esos lunares quedan de lado, porque el autor sabe empujar la intriga, transmite buen ánimo general a partir de cosas no siempre gratas, y envuelve su relato con cariño, sentido de la comunicación, y personajes compradores. No sólo los principales, sino también los perros, las esposas pacientes, una chica musulmana en motoneta, etcétera. Muy bien Rodrigo de la Serna, que dice mucho sólo con los ojos. Y una revelación para el cine don Ernesto Suárez, reconocido actor y director de teatro mendocino que por primera vez aparece ante la cámara. ¿Cómo es que nadie lo aprovechó hasta ahora?