Iñárritu volvé, te perdonamos
Debe de estar muy mal Sylvia (Charlize Theron, tan bella) para asomarse desnuda a su ventana, para espanto de mamás con niños que pasan por delante. Muy mal, por cierto, al punto de irse a la cama con cuanto hombre la mira un poquito fuerte. Pésimo, sin duda, a juzgar por retorcerse las manos, castigarse, vivir con un gesto siempre sufriente en esa fría ciudad de Portland, gris y azul plomo, donde siempre llueve.
Tampoco la pasa bien Gina (Kim Basinger) en otra historia paralela: insatisfecha por su matrimonio con un camionero poco sexy, ha encontrado un amante latino con quien vive una pasión ardiente en el dorado desierto de New Mexico, que la devorará en sus llamas, literalmente. Y menos feliz aún es la suerte de ese piloto mexicano cuyo avión se estrella en un campo de sembrados, ante los ojos de una hijita sin madre.
A Guillermo Arriaga le gustan los puzzles. Con esas tres historias arma un rompecabezas que se despliega arbitrariamente, quebrando la continuidad espacio-temporal, aunque con claves obvias en cada segmento como para que el observador más distraído no se pierda. Por qué nunca sigue un hilo cronológico es un misterio, tal vez crea que así construye un cine moderno. No estoy en contra del relato fragmentado cuando tiene sentido, es funcional y está bien dirigido.
Esa mecánica narrativa no es nueva: como guionista, ya había pergeñado pretenciosas fracturas del relato en Amores perros, en Babel y en Los tres entierros de Melquíades Estrada para otros directores. Después de que sus películas hubieran cosechado el éxito de taquilla y numerosos premios, y de haberse peleado con su director preferido, Alejandro González Iñárritu, Arriaga decidió que ya podía pasar a la dirección.
Bajo su batuta, todos los actores parecen actuar sin lograr una sola escena genuina. Tal vez la cantidad de calamidades del melodrama los supere o, directamente, no se crean el culebrón. Para no hablar de los golpes bajos que abundan en todos los planos temporales, o del reiterado fetichismo, o de la profusión de símbolos, que empieza por el título original, o de la suma de situaciones inverosímiles.
Como siempre, las mujeres de Arriaga comenten una falta tras otra, toman siempre la decisión equivocada y estarán signadas por la culpa hasta que claro, al final llegue la redención, gracias al fuego o a no sabemos qué. Qué quedaría del puritano cine estadounidense, y del de Arriaga en particular, sin el tema secuencial de pecado-culpa-redención.