La culpa crece sola en el desierto
Finalmente, Guillermo Arriaga dio el paso. Después de expandir su personal estilo como escritor de cine en películas como Los tres entierros de Melquíades Estrada y en la dupla rendidora que mantuvo con Alejandro González Iñárritu, esta vez el mejicano decidió dirigir su propio proyecto, Camino a la redención. Otra vez, el clima de la narración está teñido por la aridez del desierto, la soledad de las fronteras y la desolación de personajes e historias que terminan cruzándose.
Cuatro ejes narrativos aparentemente diferentes inician el relato. Por un lado, está Silvia (Charlize Theron), una sommelier taciturna, solitaria y presa de un hermetismo emocional, de cuyo pasado no se sabe demasiado aunque se refleja en la forma en la que se auto flagela. Por otro lado, está Gina (Kim Basinger), que se recupera de un cáncer de pecho en silencio y vive apagada en su rutina familiar, hasta que comienza una aventura romántica que le devuelve la vitalidad. También se presenta a María, una niña que vive con su padre y un amigo de él, y que tras una accidente de su progenitor debe buscar a su madre. Finalmente, en una ciudad fronteriza, dos jóvenes adolescentes de familias inconciliables se enamoran en contra de toda razón.
Con austeridad musical casi total, la narración se desarrolla con una cadencia silenciosa y con un aplomo que remite a 21 gramos o a Babel. Y así, se liberan los hilos del ovillo nuclear del filme, para enredarse entre sí nuevamente hacia el final y terminar contando una sola historia, la de la culpa, sus orígenes y consecuencias, y las posibilidades de redención en el seno familiar.
Lo que no subraya la música, lo aporta la fotografía del filme, que instala el panorama anímico sobre el que se mueven estos personajes, casi siempre en planos generales. Eso no impide que las actuaciones de Theron y Basinger se destaquen, aun con las limitaciones expresivas que el bisturí dejó en la cara de esta última. Así, figura y fondo se potencian y retroalimentan en función del relato.
Con estos elementos, Arriaga cuenta una historia tremenda, personal y, sobre todo, femenina. Sin embargo, la película decae en las formas: en la estructura de palimpsesto del guión, (demasiado vista ya); en el tono opresivo y árido de la narración; en las metáforas visuales insistentes; en la resolución que se deja adivinar y se cierra como una burbuja, demasiado redonda.
Para descubrir al Guillermo Arriaga director.
Una virtud: las actuaciones de Theron y Basinger.
Un pecado: la estructura narrativa ya vista.