Complicado puzzle de culpas
A la hora del debut en la dirección, el ex colaborador de Alejandro González Iñárritu eligió una especie de manual que lleva su nombre, en el que las historias se cruzan y se enredan y los personajes sufren indeciblemente, una y otra vez.
Tópicos (según el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española): “Lugar común que la retórica antigua convirtió en fórmulas o clichés fijos y admitidos en esquemas formales o conceptuales de que se sirvieron los escritores con frecuencia”. El cine del guionista mexicano Guillermo Arriaga es un cine de tópicos, de fórmulas, de lugares comunes. Y su primera película como director, The Burning Plain (rebautizada para su estreno local como Camino a la redención), no hace sino confirmarlo.
La trilogía integrada por Amores perros, 21 gramos y Babel había llamado la atención sobre su director, Alejandro González Iñárritu, pero también sobre su guionista, Arriaga. Que Arriaga haya decidido probarse como realizador, después de su promocionada pelea con González Iñárritu sobre la autoría de esas películas, puede interpretarse como una necesidad de ratificar quién era el verdadero autor detrás de esos títulos. Y Camino a la redención viene a ser una suerte de “Arriaga de manual”, con todos y cada uno de los tópicos de esas películas anteriores condensados en ella.
En primer lugar está la estructura coral, de puzzle, el cruce deliberado de distintas historias y personajes, e incluso diferentes tiempos narrativos, que inevitablemente van a terminar convergiendo en un mismo punto, hasta terminar atados por un moño. Aquí hay, por un lado, en la fría Portland, una mujer misteriosa (Charlize Theron), con una severa tendencia autodestructiva; en el cálido desierto de Nuevo México, a su vez, una ama de casa (Kim Basinger), esposa insatisfecha de un camionero, madre de tres hijos, vive una apasionada historia de amor con un trabajador mexicano (a cargo de un portugués auténtico, Joaquim de Almeida), hasta que ambos mueren incinerados en su lecho, en pleno acto sexual.
Algunos indicios van dando la pauta de que esas historias no comparten necesariamente la misma época, que además del paisaje las separan algunos pocos años. Hay otras historias imbricadas en esas dos –la de una pareja de adolescentes que intenta conocer a sus respectivos padres después de muertos; la de una niña mexicana a punto de quedar huérfana– y su mera enumeración ya da una idea del luctuoso tipo de material del que se nutre Camino a la redención.
Como es habitual en la obra de Arriaga, sus personajes sufren, y mucho. No han pasado cinco minutos de película y la enigmática come-hombres que compone Theron ya se está lacerando su entrepierna. Al personaje de Basinger no le va mejor: no sólo muere abrasada por un fuego purificador; antes tuvo tiempo hablar del trauma de su cáncer y de exponerle a su amante la cruda cicatriz que dejó en su pecho. Y basta con que la inocente niña mexicana cocine alegremente unas tortillas para intuir que su padre, que la sobrevuela en una avioneta, no tardará en estrellarse. Siempre hay algún castigo a mano para las mujeres en el cine de Arriaga.
Y está el tema de la culpa, que explicita aún más el título local de The Burning Plain. Toda la película no es sino un camino hacia la redención, una suerte de sermón de las planicies pronunciado por un deus ex machina y dirigido a los infieles, a los pecadores, a aquellos que no han aprendido a amarse los unos a los otros y que solamente podrán expiar sus faltas después de haber atravesado las pruebas más terribles de este mundo. Amén.