Mia Siero es una atleta olímpica nacida en la Patagonia, que vive en Buenos Aires una existencia gris por una violenta relación de pareja, a la que se añade la imposibilidad de tener hijos y de volver al deporte profesional por un caso de doping. Un llamado la hace viajar de forma urgente a su tierra natal, donde la espera no solo su pasado sino también la gestación de una realidad de intereses creados, en la cual su hermano es parte. Junto a ese presente oscuro, el retorno también traerá el brillo de un amor lejano que no se permite olvidarla.
Salvo algunas tomas preciosistas cercanas a la publicidad y fuera del tono del film (como las copas de vino que se llenan, casi como en un comercial, en medio de uno de los diálogos más tensos de la trama), la película está filmada con mucha corrección, con buena fotografía y una acertada banda de sonido a cargo de Fito Páez. Su problema es eminentemente argumental, porque mientras avanza hacia convertirse en un violento thriller, los diálogos se tornan cada vez más inverosímiles, lo que resiente el resultado final de una historia con muchas subtramas.
Sobresalen Arturo Puig como el hombre de sonrisa franca que puede ser tan seductoramente cómplice a la hora de los negocios como implacable al momento de recordar deudas, y Juana Viale en uno de sus mejores roles en el cine hasta la fecha, como esa hija y hermana que deberá enfrentar una explosiva conjunción de pasado y presente.