Una reiterativa y estática propuesta
Hacer cine, sobre todo en este país, cuesta mucho. Y si bien uno no tiene ganas de tirar piedras sobre su propio techo, se tiene que ir de frente para que los responsables de la película aprendan y se pueda hacer mejor la próxima vez. Una introducción así es necesaria, porque Camino Sinuoso tristemente es una propuesta que no consigue acertar.
Mía es una atleta olímpica que, por el consumo de una medicación ilegal, es expulsada de cualquier competencia deportiva. Como si esto fuera poco, el consumo de dicha droga la ha dejado incapacitada para tener hijos, cosa que parece es motivo de muchas fricciones con su marido. A todo esto recibe una llamada de su pueblo: su padre está por morir y debe volver para poner sus asuntos en orden, ya que su hermano, al estar distanciado de su padre, no puede hacerlo. No obstante, las cosas se complicarán cuando este tenga deudas con gente muy peligrosa y para saldarlas tenga que hacer una tramoya al sacarle a su suegra el dinero que necesita.
En materia fotografía la película parece prolija. La mano maestra de un cinefotográfo de trayectoria como Horacio Maira así lo asegura. También son prolijos su montaje y su dirección de arte. Visualmente no hay nada que reprochar, pero por fuera de ese apartado es donde los defectos comienzan a apilarse uno encima de otro.
Camino Sinuoso es un guion que parece tener buenas intenciones estructurales, pero que sufre por un desarrollo de personajes endeble. Esto contribuye a que no se sienta que se sube la apuesta en cuanto a tensión. Los diálogos son reiterativos, excesivamente expositivos y con total carencia de subtexto. No van a ningún lado, no propulsan la trama hacia adelante y parecen cumplir solo dos funciones: establecer la historia previa y establecer los defectos de carácter de los personajes.
En materia actoral, Arturo Puig y Geraldine Chaplin, siendo los actores de trayectoria que son, hacen lo que pueden con el material que les dieron, pero lo único que destaca es su enorme compromiso profesional ya que sus personajes no consiguen convencer. No es su culpa, ya era así desde el papel. Juana Viale y Gustavo Pardi no consiguen convencer como hermano y hermana, tampoco lo hacen en sus momentos en solitario, en particular los de la primera junto a Antonio Birabent. Hablamos de labores forzadas y poco naturales.
Se pueden tener los mejores actores pero incluso el gran talento interpretativo necesita dirección. Acá no hay trazo escénico. Parece que los largan a actuar confiando que el talento de unos y la fama de otros van a conseguir milagrosamente evocar una emoción. Se sientan uno frente al otro, conversan y se acabó. Se paran uno frente al otro, conversan y se acabó. La única manera en que esta monotonía sea frenada es con un insulto, un golpe o un disparo. No hay lenguaje corporal, movimiento o uso del espacio.