“Campaña Antiargentina”: Conspiración y obsesión
“Leo J.” es el seudónimo cool de Leonardo Jaramillo (Juan Gil Navarro) un cantante romanticón y excentrico actor de telenovelas, con el ego infladísimo y pedante como él solo. Rodeado de aduladores, su única relación sincera parece ser con su novia, a quien trata con desprecio aunque ella sea bastante tolerante. La vida de Leo cambia cuando recibe un viejo caserón como herencia. Comienza una obra para arreglar esa propiedad hecha polvo y encuentra una habitación escondida en la casa. Allí hay documentos pertenecientes a su padre y generaciones anteriores que los ubican como miembros de la misteriosa Logia Cisneros, junto a un pedido de su padre de continuar con su legado.
Intrigado, Leo comienza a investigar los antiguos registros que le han dejado los miembros de la Logia. Exhibicionista por naturaleza, decide realizar un documental donde desenmascare la “Campaña Antiargentina”, una maniobra por la que grandes figuras de la cultura argentina han caído en la miseria, el desprestigio, e incluso la muerte. Se pregunta si fue un accidente la muerte de Gardel, o el hecho de que Borges haya perdido el Nóbel de Literatura, y mil preguntas más. De este modo, en la película seguimos las tareas investigativas de Leo mientras se intercalan escenas terminadas de su documental ya estrenado y que cuenta con testimonios de figuras como Adrián Suar o Andy Kusnetzoff.
Durante la primera media hora, la película arranca bien arriba. El planteo es intrigante, la investigación de Leo es convincente, y los personajes nos arrancan más de una risa. No empatizamos con él porque el personaje es un idiota con todas las letras, pero es una excelente maniobra del guión. Sin embargo, a medida que la investigación avanza, Leo comienza a obsesionarse y las cosas dejan de ser divertidas tanto dentro como fuera de la pantalla. Esta segunda parte se torna más pesada y difícil de seguir. Si pudiéramos deducir qué está pensando este personaje quizá se nos facilitaría la tarea. Pero el éxito radica en que estaremos durante todo el metraje preguntándonos si la conspiración realmente existe o si Leo ha perdido totalmente la cabeza.
Siempre se agradece que llegue a las salas una película como esta. Es parte de un nuevo tipo de cine argentino que comienza a desbordar los festivales y a llegar a otro público. Es un cine con una identidad propia, que no necesita perderse en el costumbrismo exagerado de décadas anteriores, o en interminables planos secuencia que casi todas las veces tienen que ver con la temática de la última dictadura. No cae en el chiste pavo escatológico del domingo a la tarde ni es como un capítulo largo de una serie norteamericana de criminales. No es una obra perfecta tampoco. Se torna lenta en la segunda mitad, y los personajes no están del todo equilibrados, cargando demasiado peso sobre los hombros de un único protagonista.
Sin embargo, siempre es bueno que realizadores argentinos se atrevan a un proyecto tan original cuando estamos acostumbrados a ver una remake tras otra en nuestras carteleras. Es un tipo de cine argentino que necesita pulirse, pero que comienza a encaminarse. Por cierto, es la opera prima de este director. Para estar atentos a sus futuros proyectos.