De la muerte de Gardel a la expulsión de Maradona en el mundial de Estados Unidos. De las logias secretas a los crímenes sin resolver. La ironía porteña y el humor absurdo dominan la escena en el reciente estreno Campaña antiargentina.
Con un pie en los sketches de Diego Capusotto y Pedro Saborido, el film del debutante en largometrajes Alejandro Parysow se plantea qué pasaría si la construcción de la patria fuera una larga sucesión de conspiraciones.
La comedia satírica no es un fuerte del cine argentino y la llegada de este opus -con guión del ex director de la revista Barcelona Pablo Marchetti– refresca la oferta local en pantalla, habitualmente lejos de las opciones jugadas para el lado del humor.
Un muy histriónico Juan Gil Navarro interpreta a Leo, un popstar que más por aburrimiento y carácter influenciable que por capacidad investigativa se mete de lleno en una carrera de sospechas y teorías conspirativas sobre la historia argentina.
Con estructura de ficción e inserts de documental apócrifo en el que se incluyen testimonios de presuntos amigos de Leo (interpretados por Adrián Suar, Andy Kusnetzoff y otros) el film recorre el demencial derrotero de nuestro antihéroe conectando a una siniestra logia Cisneros con preguntas sobre si la morcilla vasca es vasca o si la milanesa es de Milán.
En ese marco nada de lo que aparece suena caprichoso, o sí, pero en un contexto donde la sospecha agarrada de piolines se transforma en una certeza delirante sin techo.
Así es que aparece el video de un cantante colombiano celoso de Carlos Gardel (brillante Alejandro Viola, líder de Los Amados) que poco antes del accidente que mató al tanguero le dedicó un fulminante y profético bolero.
“Hace seis horas que estamos viendo peronistas en blanco y negro”, le reclama en otro momento a Leo/Gil Navarro el montajista de su investigación, a modo de referencia peronista pop.
También hay chistes sobre la crotoxina, el papa Francisco y la reina Máxima, como parte de los highlights que construyeron al país según el cantante devenido investigador, al que acompañamos en su viaje de ácido con la intención de que nos convenza.
El tono irónico no decae en ningún momento y ahí radica la pata más fuerte de la película, alcanzando como para compensar algún que otro discutible detalle de lógica interna (Leo es un ídolo popular pero en ningún momento nadie lo para o lo mira en la calle, por ejemplo).
La paranoia es un hecho social y a esta altura uno de los activos más vigentes de la patria liberada. Que el cine argentino por una vez se haya metido con ella es celebrable. Quien quiera conspirar que conspire, les presentaremos batalla.