Cáncer de máquina

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

Efigies de la explotación.

Los realizadores Alejandro Cohen Arazi y José Binetti vuelven a trabajar en colaboración al igual que en Córtenla, una peli sobre call centers (2012), esta vez ambos en el rol de directores y guionistas con una película sobre el trabajo y la dura vida en las salinas del desierto bonaerense.

Cáncer de Máquina (2015) utiliza dos registros comúnmente disociados, incluso en el género documental, que se combinan aquí para dar cuenta de las vicisitudes de la naturaleza y de las cuestiones sociales en una inusual propuesta en la que la fotografía y los artilugios estéticos participan en la construcción de una relación entre la técnica, el hombre y su entorno, que funciona a su vez como una metáfora sobre las contradicciones sociales.

Como un viaje hacia una tierra baldía, el documental traza una visión sobre la belleza y las dificultades de la vida agreste alrededor de las salinas. En otro tiempo una zona próspera que fomentaba la radicación con diversos beneficios, el lugar parece ahora un territorio desolado con pocos habitantes, cerca de una ciudad pequeña que se las apaña como puede.

Intercalando imágenes de la vida natural -insectos, sapos, gatos, abejas- con entrevistas a algunos pobladores que viven de trabajos con alguna relación con la salina, Cohen Arazi y Binetti dan cuenta de la problemática social de un pueblo al que el ferrocarril ya no llega y en el que predominan empresas que explotan cada vez más a trabajadores que encuentran su situación al borde del colapso.

La crudeza de la vida de los hombres se mezcla con el lirismo de los insectos realizando su eterna danza, a la vez que las cosechadoras y los camiones invaden la salina para que los obreros se ganen la vida en un trabajo insalubre y mal remunerado. En este sentido, la naturaleza y las máquinas se unen a través de la técnica que las armoniza en un retrato sobre la existencia en la actualidad, pero dejando de lado la salud del hombre y sus necesidades.

La fotografía del propio Cohen Arazi es exquisita, contrastando los hermosos paisajes y los primeros planos de los insectos o las máquinas con gran detallismo y sensibilidad. La música de Hernán Marrufo (Hernán D. Mar) le aporta al film texturas sonoras y atmósferas que conducen las imágenes por pasajes alucinatorios hacia una síntesis siempre imposible e inconclusa entre las necesidades del hombre, la vida bucólica y las inclemencias de la naturaleza.

Con gran sutileza y poniendo más énfasis en la unión de la imagen y la música que en la palabra, el documental se posiciona ideológicamente al mismo tiempo que analiza la técnica y contempla la naturaleza. Las entrevistas logran captar la situación social de cada uno de los protagonistas, ya sea hablando con un cazador, un camionero, un conductor de un tractor, una familia que se las apaña para sobrevivir o una pareja de profesionales que viven en la soledad. Cáncer de Máquina entabla una relación intima que le permite crear una confianza que se traduce en un faro de claridad sobre la sencillez y la crudeza de la vida en el páramo, en un mundo que se hunde cada día más en la sordidez de la explotación.