Meticulosa realización con ajustada trama, excelente elenco y brillante técnica
Es así. Somos así.
Los que amamos el cine no podemos estar tranquilos esperando.
Una tarea tan gratificante como sentarse en la butaca de un cine se podría leer desde el punto de vista físico como una actividad sedentaria. Sin embargo hay muchas otras cosas desde el funcionamiento del cuerpo humano que se mueven alrededor de la percepción del arte. Suena raro esto que digo para el afuera, pero créame que hay mucho movimiento en la pasión por ver.
Ya sé. Usted está imaginando que cuando me siento en el cine empiezo a moverme como Messi. Bueno, no. La cosa pasa por otro lado. Al punto que voy es que “Las canciones de amor” va a cumplir cinco (5) años desde que fue concebida. La ansiedad hace que la haya visto hace cuatro en algún DVD que rescaté por ahí, por eso la pregunta que está dando vueltas en mi cabeza es: ¿qué posibilidades de éxito comercial tendrá si hay muchos inquietos como yo?
Si es por el contenido, ya le digo que vale la pena. Comencemos por recordar y entender algo fundamental. El cine musical es un género complejo de realizar porque el espectador debe saber que todo, o casi todo lo que los personajes dicen, sienten y piensan, será cantado o recitado al compás de la música. Es una convención que de no aceptarse es inútil perder tiempo en la butaca. Por supuesto que sin actores bien dotados técnicamente, en lo físico y en lo vocal, para hacer creíble las situaciones un musical estaría condenado al ridículo.
Con poco más de diez canciones que giran en torno a dos o tres melodías, “Las canciones de amor” es una obra dividida fundamentalmente en tres actos para tocar distintos temas, como el nacimiento del amor, la finalización de una pareja por desgaste, el dolor por la pérdida, transitar los duelos y las relaciones entre personas del mismo sexo; entre otros menores. Los personajes funcionales a sostener la propuesta son principalmente tres. Ismael (Louis Garrel) y Julie (Ludivine Sagnier), quienes conforman una pareja que intenta reflotar la relación incorporando a Alice (Clothilde Hesme), tanto en lo cotidiano como en la intimidad. En desmedro de la intención original, los celos comienzan a tirar el plan por la borda. Sin embargo es un hecho trágico lo que por su impacto sirve como disparador para que los tres dividan sus caminos hacia otros horizontes. Sobre todo Ismael, que poco a poco va profundizando su dolor mientras en su vida comienza a aparecer el amor nuevamente.
La realización de Christophe Honoré cumple con todas las convenciones y demuestra un trabajo de dirección meticuloso y notable en todos los rubros, comenzando por la interpretación de un elenco excelente (Ludivine Sagnier está un escalón más arriba), siguiendo por la banda de sonido, item insoslayable en este caso por la importancia que tiene, y finalizando con una compaginación brillante en concordancia con la idea del director. En todo caso, hasta se da cierto lujo al citar implícitamente su admiración por la nouvelle vague y alguna referencia al musical de Hollywood.
Las canciones de amor funcionan bien y se escucha mejor.